[Esta entrada apareció publicada el 09 de junio de 2023, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
(Continuación) Sí, la insolvencia política de nuestros dirigentes y sigo. Ya entrado en la segunda mitad del XIX, recordar al médico y bacteriólogo corberano Jaime Ferrán (1851-1929), descubridor de vacunas contra el cólera, el tifus y la tuberculosis. O al científico, marino y militar cartagenero Isaac Peral (1851-1895), inventor del primer submarino torpedero a propulsión eléctrica y plenamente funcional, el ‘submarino Peral’.
Y por supuesto al petillés Santiago
Ramón y Cajal (1852-1934)
médico y científico especializado en histología y anatomía patológica,
galardonado con el Premio Nobel de Fisiología en 1906, nuestro primer
nobel científico. Junto al ingeniero, matemático e inventor cántabro Leonardo
Torres Quevedo (1852–1936), entre cuyos inventos se encuentran dirigible,
el ‘Telekino’, máquinas de cálculo y ‘El Ajedrecista’.
En el último cuarto del XIX llamar la atención sobre el “olvidadito” polígrafo granadino Emilio Herrera (1879-1967) ingeniero militar y aeroespacial, destacado aviador, presidente del Gobierno de la República española en el exilio y creador en 1935 de una escafandra estratonáutica, un modelo autónomo para tripulantes de globos a gran altitud precursor del traje espacial. O sobre el oscense Fidel Pagés (1886-1923), médico militar e inventor de la anestesia epidural, quien además contribuyó decisivamente a la modernización de la cirugía en España y la reorganización del sistema militar de salud español en los años veinte.
Y volviendo de nuevo al espacio, citar al murciano Juan de la Cierva (1895-1936)
ingeniero, aviador y político, inventor del autogiro, un precursor del
helicóptero. Acabo este repaso, en los inicios del siglo XX, naturalmente con
el luarqués Severo Ochoa (1905-1993) médico y científico nacionalizado
estadounidense en 1956 y galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1959.
Nuestro segundo nobel científico o algo así porque, evidentemente, no es
comparable al de Ramón y Cajal medio siglo antes.
Y lo acabo para retomar la idea del tópico acerca de nuestra poca contribución al mundo de ciencia, y la verdadera razón extra científica de la misma, que no es otra que la falta de voluntad política. No hay más que ver las estadísticas para relacionar el impulso económico que la entonces incipiente democracia española le dio al sistema de ciencia y tecnología, con la subida que en diez años experimentamos en la clasificación mundial de producción científica, al pasar del puesto 22 al 11, una posición más acorde con nuestro nivel económico e industrial.
Y también cómo, por desgracia, desde la
crisis de 2008 los políticos siguen empeñados en considerar la investigación
científica un gasto que no una inversión. Una preocupante falta de voluntad
hacia ella, a la que no le faltan inquietantes indicios nuevos cada día, otra
puesta en escena de la disputa entre el filósofo de “¡Que inventen ellos!” y el
que quería europeizar España.
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