[Esta entrada apareció publicada el 03 de enero de 2025, en el semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
... culito de rana’. Seguro estoy que le suena la frase en boca de un adulto mientras intenta calmar el dolor de un niño que se ha dado un golpe, unas palabras que se pronuncian mientras frota con mimo, se acaricia o se besa la zona dolorida, un gesto humano y frecuente pero, ¿funciona en realidad? ¿hay alguna explicación científica para los mecanismos del dolor?
Ya sabe, ese sufrimiento físico que tan útil y
necesario nos ha sido y es, tanto para la supervivencia individual como de
especie, al alejarnos de aquello que nos amenaza al actuar como una especie de
alarma vital, una salvaguarda evolutiva del darwiniano método por selección
natural.
Algo que no siempre ha sido visto así, pues ya
entre los antiguos griegos existían discrepancias al respecto, y mientras Aristóteles
pensaba que lo causaban espíritus malignos que entraban en el cuerpo a través
de las heridas, Hipócrates sostenía que era debido a un desequilibrio en
nuestros fluidos vitales.
O algunos grupos religiosos lo consideraban un castigo de Dios o una prueba divina para confirmar la fe; en cualquiera de los casos el dolor era algo externo a nosotros, que nos venía de fuera.
Sin embargo, en el siglo XI, el médico Avicena
lo incluyó como uno de los sentidos del cuerpo, si bien no es hasta el
Renacimiento cuando se produce el primer gran avance (científico) en su estudio
de la mano de Descartes y su teoría del dolor en Tratado del
Hombre de 1664, que acaba de cumplir su tricentésimo sexagésimo (360.º)
aniversario.
En ella propone que el tejido dañado de la
herida envía una señal al cerebro mediante las fibras nerviosas, las mismas por
las que también viajan las sensaciones táctiles, del mismo modo que al tirar de
cuerdas se hace sonar la campana del campanario, y entonces el cerebro devuelve
de manera automática una orden al tejido dañado para aislarlo de ese estímulo
dañino.
Descartes fue el primero en trasladar el dolor del plano místico y espiritual al plano físico y material, lo que permitió investigarlo desde la ciencia, o lo que es lo mismo, calmar las vías del dolor en lugar de tratar de calmar la ira de los dioses.
Basándose precisamente en las teorías del
persa y el francés, a lo largo del XIX se desarrolló la teoría de la
especificidad según la cual el dolor tenía su propio sistema sensorial,
independiente del tacto y demás sentidos, descubriéndose la mayor parte de los
receptores cutáneos y describiéndose numerosas fibras nerviosas que envían
información al cerebro.
Sintetizándolo mucho, y para los intereses que
nos traen, digamos que existen dos tipos de fibras, gruesas y delgadas. A su
vez las fibras gruesas, que transmiten la información de forma muy rápida,
pueden ser: fibras Aα y fibras Aβ. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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