(Continuación) Ya sabe de qué le hablo, jugar porque todo el mundo juega sea en el trabajo, en el club, los amigos o la familia, un efecto arrastre proveniente del temor a que el décimo que le ofrecen sea finalmente agraciado y le toque a todos menos a usted; con la cara de tonto que se nos queda y la sensación de ridículo que nos inunda.
Objetividad versus subjetividad
Una
tradición supersticiosa le decía, pues muchos de los que juegan lo hacen
confiando en supuestos rituales de buena suerte: adquiriendo un número concreto,
por ser una fecha singular para usted; comprando en determinadas administraciones
que dicen...; frotando el décimo en los sitios más peregrinos, no entro en ese jardín.
O guardándolo en un lugar especial o cualquier ocurrencia que se le ocurra, con tal que usted lo crea y su subjetividad así lo interprete, un componente éste imprescindible para explicar por qué nos seguimos aferrando a credulidades que supuestamente influyen en el resultado.
Toda
una paradoja pues, racionalmente, el proceso es del todo aleatorio y el sistema
matemático por el que se rige justo, aunque nuestra percepción de la
probabilidad esté sesgada por la ignorancia y la esperanza.
Una
deriva humana que nos hace actuar como si la probabilidad existiera, eso sí, entendida
más hacia un número, el nuestro, que hacia otro; algo nada objetivo, ya, pero
estará conmigo que muy humano, demasiado humano.
Incertidumbres aleatoria y epistémica
Una de las claves para entender buena parte de lo anteriormente referido a la lotería de Navidad, pasa por los conceptos del subtitular que, aunque en dos planos distintos, coexisten en ella. Una la incertidumbre aleatoria, asociada a lo impredecible a aquellos sucedidos cuyos resultados dependen del simple azar y, en nuestro caso, además, antes del sorteo.
Cuando
todas las bolas tienen la misma probabilidad de salir premiadas, pero sin saber
cuál de ellas será, al ser equitativa y no haber forma de predecir el número
ganador; es una incertidumbre inevitable que escapa de nuestro control.
Otra
la incertidumbre epistémica, que proviene de nuestra ignorancia sobre un
sucedido que ya se ha producido, pero del que desconocemos el resultado, es decir
cuando la bola ha caído, pero aún no sabemos el número; aquí ya no hay aleatoriedad
sino desconocimiento por nuestra parte. Alea jacta est.
Consciente de lo limitado de mi exposición, esperable dadas mis evidentes carencias, por si desea ampliar información, ‘Why probability probably doesn’t exist (but it is useful to act like it does)’, David Spiegelhalter, Nature 636, 560-563 (2024). En otro orden de asuntos complemento la comparativa de probabilidades del comienzo con una más, ésta relacionada con un grano de arroz. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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