En nuestras casas, de manera habitual y cuando en la cocina no tenemos claro cuál es la sal común o de mesa (cloruro de sodio, NaCl), el bicarbonato de sodio (hidrogenocarbonato de sodio, NaHCO3) o el azúcar común o de mesa (sacarosa, C12H22O11), lo que hacemos para no equivocarnos es probarla antes.
Lo hacemos, o debemos, porque
las consecuencias culinarias que conllevaría un error en su uso podrían ser lamentables
mientras que las personales serían del todo inocuas para nuestra salud.
Entre la cocina y el laboratorio
Pues bien, y hasta cierto
punto, los químicos en un laboratorio que viene a ser como una especie de cocina,
hacemos algo parecido con las sustancias solo que lo llamamos experimentar
y así es como valoramos sus propiedades físicas y químicas.
Observándolas, oliéndolas, agregándolas a otras, haciéndolas reaccionar o calentándolas, pero eso sí, nunca, nunca, probándolas, es de primero de Química como la broma del bote de agua destilada con los novatos; aunque no le negaré que ha existido más de un “atrevido” a lo largo de la historia de la química que sí lo hizo y alguno muy conocido.
En esta primera derivada
me quedaré por ahora en el pecado sin entrar en el pecador que tiempo habrá
para ello. Unos procesos, le decía, que si lo piensa no son muy diferentes a
cuando en la cocina horneamos pan, preparamos un cocido, ponemos carne en una
barbacoa o aliñamos una ensalada probando además con diferentes especias y viendo
su efecto culinario.
Conditio sine qua non
Es más o menos así como
el hombre, durante milenios, ha averiguado la composición y estructura química
de la materia, experimentando con todo tipo de materiales no pocos de ellos peligrosos
o muy peligrosos; tanto que en ese afán por conocer, estos pioneros sufrieron
quemaduras, envenenamiento, intoxicación, asfixia e incluso muerte por
radiación. Precaución.
No se puede decir que se tratara de un conocimiento fácilmente adquirido, no, pero sí que la experimentación directa era un “requisito insalvable sin el cual”, alcanzar dicho conocimiento no era posible, conditio sine qua non que nos dijeron los clásicos.
De ahí que en 1830 el
filósofo y sociólogo francés Auguste Comte (1798-1857) expresara su
pesimismo acerca de que nunca podríamos determinar la composición química de
los astros, pues era evidente que por las astronómicas distancias que nos
separan jamás podríamos llegar hasta ellos y tomar unas muestras para
experimentar.
No olvidar que la astronomía,
la primera de las ciencias, es un conocimiento que solo se puede adquirir
mediante la observación, no queda otra, en sus propias palabras: “Aunque cabe concebir la posibilidad de determinar las
formas, tamaños y movimientos de las estrellas, jamás lograremos estudiar por
ningún medio su composición química o su estructura mineralógica”. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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