(Continuación) Un concepto entendido aquí como traducción literal del inglés ‘presentism’, según el cual, “en análisis literario e histórico, es la introducción anacrónica de ideas y perspectivas actuales en representaciones o interpretaciones del pasado”.
Un neologismo errado, este de juzgar el pasado con el
prisma del presente, que viene a ser un entretejer valores morales modernos en
la lectura del pasado que, irremediablemente, conduce a un gravísimo error, el
del presentismo.
De modo que hay que ser especialmente cuidadoso a la hora
de juzgar los acontecimientos y hechos del pasado, con los paradigmas del
presente (juicios y valores), pues lo más probable es que terminemos
distorsionando, de forma grave, la interpretación histórica objetiva de tales
hechos.
Vista así, la concepción presentista de la Historia no es más que el triunfo de un provincianismo paleto con el que no puedo estar más en desacuerdo, una muestra de cómo mucha gente juzga y es capaz de violentar el pasado por no adaptarse a sus valores presentes.
Parafraseando al físico, filósofo de la ciencia e
historiador estadounidense Thomas Kuhn (1922-1996) en La
Estructura de Revoluciones Científicas (1962), “hay que ser cuidadoso al
juzgar el pasado con los paradigmas del presente”. Traigo esto a colación
porque mi intención solo es la de establecer un diálogo entre el presente y el
pasado, sin emisión alguna de un juicio de valor.
Por cierto, la palabra presentismo no está en el Diccionario
de la Real Academia Española, vamos que es una de esas que en el procesador
de texto pueden aparecer como mal escritas, ya sabe por dónde voy. Cierro
paréntesis.
Pero las circunstancias existenciales cambian con los tiempos y con ellos los sucedidos, y estos no fueron favorables a Monardes vean si no.
Una década después de iniciar sus actividades
trasatlánticas, entre 1565 y 1568 los negocios empezaron a marchar mal, lo que
quebró en buena medida su fortuna y, para más inri, en 1577 enviudaba de
su mujer Catalina mientras el negocio quebraba del todo.
Lo que le hizo ingresar en un convento para librarse de
los acreedores, malos tiempos que fueron a peores porque unos años después
tuvieron lugar los desgraciados sucedidos del Gran Catarro, para el que
fueron requeridos por las autoridades de la ciudad sus servicios como médico, a
pesar de que ya superaba los setenta años de edad.
Me refiero a la epidemia de peste que se declaró en Sevilla entre 1580 y 1582, un luctuoso sucedido del que conservamos un reconocimiento en nuestra ciudad, la Cruz del Gran Catarro.
Por si no cae ahora, se encuentra en la Plaza de Doña Teresa Henríquez a espaldas de la iglesia de San Vicente, allá en el barrio homónimo; por cierto, no muy lejos de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, EEAH, en la sevillana calle Alfonso XII. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras
en negrilla y cursiva, si desean ampliar información
sobre ellas.
[**] El original de esta entrada fue publicado el 15
de abril de 2024, en la sección DE CIENCIA POR SEVILLA, del diario
digital Sevilla Actualidad.
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