'La evolución de las especies urbanas’.
Este es el título completo del libro que, con algo de retraso por mi parte, les
reseño en este enroque. Un magnífico ensayo sobre el impacto que la creciente
urbanización y la contaminación, está teniendo sobre los seres vivos que
conviven con nosotros, los humanos.
Una obra que nos hace comprender el valor de la flora y la fauna del
entorno urbano, que muchos consideramos ajeno a la naturaleza no domesticada,
lo que no deja de ser un grave error. Y de él nos saca la lectura de este libro,
así como nos previene de la importancia de algunos ecosistemas urbanos, para
muchos animales y plantas con los que convivimos a diario.
Compuesto
de cuatro capítulos: Primera parte-Vida urbana, Segunda parte-Paisajes urbanos,
Tercera parte-Encuentros urbanos, Cuarta Parte-La ciudad de Darwin, a través de
ellos su autor, el profesor de biología evolutiva Menno Schilthuizen (1965), nos explica cómo la globalización ha
afectado también a animales y plantas, haciendo que numerosas especies, antes exóticas, pueblen hoy nuestras ciudades.
Y
lo hace de forma amena pero rigurosa, mezclando datos procedentes de investigaciones
internacionales con experiencias personales. Gracias a él sabemos de los
lagartos urbanos de Puerto Rico, que han desarrollado unas patas más largas, cona
las que recorren las calles, y desde luego las cruzan, en menos tiempo. De los cuervos que utilizan el tráfico rodado
de las ciudades para abrir las nueces, colocándolas en el asfalto y que los
coches hagan el trabajo. O de las hormigas de Cleveland que, debido a las altas
temperaturas allí imperantes, se han hecho genéticamente más tolerantes al
bochorno.
Sin
olvidarnos de los tréboles urbanos de algunas ciudades canadienses, que han
perdido un grupo de genes que les hacía producir cianuro (CN-),
un compuesto químico que si bien les servía de protección contra los
herbívoros, como contraprestación les hacía sentir mucho el frío de aquella
zona. Pues bien, como resulta que en las ciudades no hay más que carnívoros, los
tréboles han , tras su lectura dejado de producir la ya inútil sustancia y con
su ausencia toleran mejor el frío canadiense.
Y cómo no comentarles el asunto de las ratas de Nueva York que se han
escindido, existiendo una facción diferenciada en el norte y otra en el sur de
la ciudad. O el de las mariposas que cambian
de color con el grado de polución del ambiente, a fin de escapar de sus
depredadores; los escarabajos australianos que se sienten atraídos sexualmente
por las botellas de cerveza; las flores que diversifican la forma de sus semillas o los peces cada vez
más acostumbrados a la contaminación de los ríos.
Por último, no me privo de mencionarles al rudo jabalí montañés,
al que tanto agrada la comida que tiramos a la basura; el “mirlo blanco”, clasificado
por el propio autor del texto como una nueva especie; y la grama brasileña tan común
en la actualidad en el sudeste asiático, o la “Mimosa pudica”, de origen quizás
mejicano y cuyas semillas, prendidas a la ropa de los turistas, han viajado por
todo el planeta. De hecho es una de las plantas más extendida.
Soy consciente de que esta reseña del libro se ha quedado sólo en la
anécdota de su contenido y sin llegar a mostrar el rango de categoría que sin
duda este texto tiene. Pero estoy más que convencido que el lector atento y
avisado, tras su lectura, sabrá sacar su valía a la superficie. Lo dicho, una lectura
recomendable.
Darwin viene a la ciudad. La
evolución de las especies urbanas
Menno Schilthuizen
TURNER NOEMA
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