domingo, 21 de abril de 2019

21 de abril de 2019. Domingo de Resurrección (y 2)

(Continuación) Una condición numérica de naturaleza astronómica, responsable de que la fecha de celebración pascual varíe hasta en más de un mes. En efecto. Un sencillo cálculo nos muestra que si, a efectos de la Pascua, la primavera empieza siempre el 21 de marzo (luna llena eclesiástica), el Domingo de Gloria puede celebrarse en un abanico de nada menos que 35 días, los mismos que hay entre el 22 de marzo y el 25 de abril, ambos inclusive.
Como ya sabe, en este Año del Señor de 2019, el Domingo de Resurrección ha caído bastante tarde, hoy 21 de abril, ya que la primera Luna llena primaveral tuvo lugar el pasado Viernes Santo, 19 abril. Porque esa es otra. Siempre, durante la Semana Santa, hay una Luna llena como la que pudo ver la noche del pasado Viernes Santo, a poco que levantara la vista al cielo. Ya, pero, ¿por qué hay siempre Luna llena en Semana Santa?
Luna llena y Semana Santa
Es como una especie de imperativo cósmico-religioso. Durante todas y cada una de las ‘semana santa’, podremos ver siempre en el cielo a la Luna en fase llena. Un hecho que nada tiene que ver con factores externos como la casualidad, la coincidencia o, mucho menos, con la celestial divinidad, no, nada de eso. Si acaso tiene que ver con un factor más bien interno, humano y terrenal, como es el interés de la propia Iglesia.
En principio, esta circunstancia es sólo fruto de un anacronismo vivo, aún instalado en los albores de este tecnificado y tecnológico siglo XXI, según el cual, las fechas de esta semana se rigen por la Luna y se determinan a partir del inexacto calendario judío-lunar. Una dependencia que lo reduce (casi) todo a ciencia: bastante de mecánica celeste newtoniana por un lado, otro tanto de matemática algorítmica por otro y, por supuesto, una pizca de creencia por estotro.
A eso queda reducido tan particular suceso, al menos en este aspecto, lo que no deja de ser una paradoja en sí mismo. Y la causa, ya se la habrá imaginado, se halla en ese Concilio de Nicea del que les escribía más arriba, donde se decidió que la Resurrección se celebrase el domingo después de la primera luna llena eclesiástica que siguiera al equinoccio de marzo (hemisferio norte).
De modo que basta echar las cuentas para ver que no tiene más remedio que ser así. Vamos, que es de cajón. Se trata de una simple cuestión celestial por lo que de celeste tiene y no por lo que de divino le adjudiquemos, lo que no deja de resultar curioso. Una de nuestras fiestas mayores religiosa, está inexorablemente unida a una de las ciencias del espacio, o lo que es lo mismo, la Semana Santa depende de la astronomía en una especie de imperativo cósmico. Para que luego digan que las ciencias no sirven para nada. Sin embargo.
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