(Continuación) Una condición numérica
de naturaleza astronómica, responsable de que la fecha de celebración pascual
varíe hasta en más de un mes. En efecto. Un sencillo cálculo nos muestra que
si, a efectos de la Pascua, la primavera empieza siempre el 21 de marzo (luna llena eclesiástica), el Domingo de Gloria puede celebrarse en
un abanico de nada menos que 35 días, los mismos que hay entre el 22 de marzo y
el 25 de abril, ambos inclusive.
Como ya sabe, en este Año del Señor de
2019, el Domingo de Resurrección ha caído bastante tarde, hoy 21 de abril, ya
que la primera Luna llena primaveral tuvo lugar el pasado Viernes Santo, 19
abril. Porque esa es otra. Siempre,
durante la Semana Santa, hay una Luna
llena como la que pudo ver la noche del pasado Viernes Santo, a poco que levantara
la vista al cielo. Ya, pero, ¿por qué
hay siempre Luna llena en Semana Santa?
Luna llena y Semana Santa
Es como una especie de imperativo
cósmico-religioso. Durante todas y cada una de las ‘semana santa’, podremos ver
siempre en el cielo a la Luna en fase llena.
Un hecho que nada tiene que ver con factores externos como la casualidad, la
coincidencia o, mucho menos, con la celestial divinidad, no, nada de eso. Si
acaso tiene que ver con un factor más bien interno, humano y terrenal, como es
el interés de la propia Iglesia.
En principio, esta circunstancia es
sólo fruto de un anacronismo vivo, aún instalado en los albores de este
tecnificado y tecnológico siglo XXI, según el cual, las fechas de esta semana se
rigen por la Luna y se determinan a
partir del inexacto calendario judío-lunar. Una dependencia que lo reduce (casi)
todo a ciencia: bastante de mecánica celeste newtoniana por un
lado, otro tanto de matemática
algorítmica por otro y, por supuesto, una pizca de creencia
por estotro.
A eso queda reducido tan particular
suceso, al menos en este aspecto, lo que no deja de ser una paradoja en sí
mismo. Y la causa, ya se la habrá imaginado, se halla en ese Concilio de Nicea
del que les escribía más arriba, donde se decidió que la Resurrección se
celebrase el domingo después de la primera luna llena eclesiástica que siguiera
al equinoccio de marzo (hemisferio norte).
De modo que basta echar las cuentas para ver que no tiene más remedio que ser así. Vamos, que es de cajón. Se trata de una simple cuestión celestial por lo que de
celeste tiene y no por lo que de divino le adjudiquemos, lo que no deja de
resultar curioso. Una de nuestras fiestas mayores religiosa, está
inexorablemente unida a una de las ciencias del espacio, o lo que es lo mismo,
la Semana Santa depende de la astronomía en una especie de imperativo
cósmico. Para que luego digan que las ciencias
no sirven para nada. Sin embargo.
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