Las ilusiones ópticas son percepciones visuales que a pesar de no
ajustarse a la realidad, nos ayudan a entender cómo vemos y reconstruimos el
mundo que nos rodea. Ellas ponen de manifiesto que, como algunos creen,
nuestros ojos no son cámaras de vídeo que graban todo lo que ocurre, no, la
cosas no funciona así.
También interviene nuestro cerebro, que interpreta y reelabora la
información que proporcionan nuestros sentidos, en un proceso evolutivo que la
mayoría de las veces, lejos de darnos problemas por el contrario nos ayuda.
Pero a veces, en determinadas
circunstancias, resulta que no tenemos suficiente información o nos influye el
contexto y esta reconstrucción resulta ambigua o defectuosa. Son las ilusiones
ópticas que hacen que no nos fiemos de nuestros propios ojos. Una cuestión
entre nuestro cerebro y nosotros, como esta ilusión de efecto muy parecido a la
que les traje la semana pasada, la ilusión
de Zöllner.
Las líneas que tiene ante sus ojos son
paralelas aunque no se lo parezca debido, tanto a la disposición de los cuadros
como al contraste entre el blanco y el negro. Ambos dificultan que se vea bien
la línea que separa las filas y que hacen que cada cuadro parezca más ancho en
uno de los extremos.
Aunque es conocida desde 1898, ciento
veinte años ya, en realidad no se popularizó hasta que en los años 70 del siglo
pasado el neurólogo Richard Gregory
(1923-2010) le puso su nombre al verla en la pared de una cafetería de la
inglesa ciudad de Bristol. Es más, en la australiana Melbourne se encuentra el Edificio
Digital Harbour que juega con este efecto.
1 comentario :
Muy buena entrada tio, de lo mas currada
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