martes, 15 de mayo de 2018

Tercera Ley de Kepler

Se cumple hoy martes el cuarto centenario de la confirmación de la que pasaría a ser la Tercera Ley de Kepler sobre el movimiento orbital de los planetas alrededor del Sol. Me refiero al 15 de mayo de 1618, que por cierto también cayó en el mismo día de la semana y que naturalmente es uno de esos días que cuentan en la historia de la humanidad.
Una ley de la que en puridad hay que poner negro sobre blanco un par de fechas más. Una anterior de unos meses antes, en concreto del 8 de marzo de 1618 cuando fue formulada con su indicación de  que el cubo de la distancia (r3) promedio de un planeta al Sol es proporcional al cuadrado de su periodo orbital (T2). Todo un clásico cinemático celeste que estudiamos en el bachillerato.
Y otra fecha posterior, la de la publicación de su libro Harmonices mundi de 1619, donde aparece recogida por primera vez en el capítulo V, después de una larga discusión sobre astrología. (La astronomia tiene una hermana loca que es la astrologia, pero es la que le da de comer).
Con dicha ley el alemán postulaba su idea acerca de la armonía de los mundos y trataba de relacionar las proporciones y geometría de los movimientos planetarios con las notas musicales, así que estamos ante una ley armónica.
Ni más ni menos que el antañón sueño pitagórico del hombre, según el cual el universo está gobernado por proporciones numéricas armoniosas que rigen los movimientos de los cuerpos celestes, de forma que las distancias entre planetas se corresponderían con los intervalos musicales.
Hablamos de una hipótesis, la de Pitágoras, enmarcada dentro de un modelo geocéntrico del universo y conocida posteriormente como la de la música o armonía de las esferas celestes. Una teoría errada, claro, pero que Kepler consideró que podría ser correcta con sus modificaciones.
Y siendo un convencido del modelo copernicano, se propuso demostrar que la relación entre las distancias de los seis (6) planetas conocidos en su tiempo, podía entenderse en función de los cinco (5) sólidos platónicos, encerrados dentro de una esfera que representaba la órbita de Saturno. Pero como bien sabemos no pudo, pues partía de un error y la teoría nunca funcionó.
Sus predicciones no solo eran incompatibles con las observaciones realizadas, es que tampoco casaban con las leyes del movimiento planetario que él mismo había desarrollado en Astronomía Nova (1609) y el mismo Harmonices mundi. Además postulaba sin llegar a desarrollar, que una fuerza magnética emante del Sol, sería la responsable del movimiento celeste, una idea que quizás tomara de De magnete, del médico inglés William Gilbert (1544-1603). Lo dicho, no pudo ser.
Pero el significado de la tercera ley va mucho más allá debido a su fundamental implicación en las ciencias del espacio. Bien visto fue esta ley y no una manzana, como dicen que dice la historia, la que en realidad condujo a Isaac Newton a formular su ley de gravitación universal de 1687, quien a diferencia de Kepler sí plantea una causa para dichos movimientos. (Continuará)
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