(Continuación)
Y hablando de dolores, los profesionales del asunto, los médicos en particular, mostraron su preocupación por el hecho de
que la mujer llevara tacones
demasiado altos, qué detalle, ¿no? Lean:
“Los chinos escandalizan nuestro sentido moral cuando
deforman los pies de sus mujeres comprimiéndoselos en la infancia... pero los
tacones altos... son una de las mayores fuentes de dolencias. No sólo causan contracciones
en los músculos de las piernas... sino que también provocan los callos y los juanetes que
provocan tanto dolor al andar”.
Ni
que decir tiene que a finales del siglo XIX y principios del XX los prejuicios científicos
sobre la fragilidad de la mujer, siguieron limitando su pleno acceso a la educación. Considerada el sexo débil,
su lugar debía estar en la casa, natural, dónde si no. Además, y por si acaso, determinadas
mentes bienpesantes empezaron a discurrir que la enseñanza superior y el empleo
fuera del hogar, obstaculizaban de manera seria el desarrollo natural de la
mujer.
Tan
seria como que en realidad debilitaban su vitalidad, pudiendo llegar a causarles
graves trastornos mentales. Eso pensaban muchos científicos y otros tantos lo avalaban,
era así, claro que eran otros tiempos y otros los conocimientos.
Nunca
han faltado cerebros con el frío suficiente como para bloquear y excluir. Uno
de ellos que no hace al caso citar, en 1873 escribió que la educación superior
podía ser causante de “neuralgia,
disfunciones uterinas, histeria y otras alteraciones del sistema nervioso en
las jóvenes, incapacitándolas para el matrimonio y la maternidad”. Y eso sí
que no, ellas estaban para lo que estaban. Vamos, para lo de siempre. Incluso
el propio Julio Verne, en clara
alusión newtoniana, no dudaba en afirmar:
“Viendo caer una manzana, una mujer no hubiera tenido otra idea que comérsela”.
Ya ven, él tan adelantado e inteligente para otras cosas. Lo que es la vida.
Mas
la mujer seguía en lo suyo, ella “erre que erre todo el día” al quevediano
decir, interesada en adquirir una educación superior junto e igual a la del
hombre. Y lo cierto es que poco a poco se fue abriendo camino. Tampoco han
faltado nunca cerebros con los bríos suficientes como para sumar y compartir.
Buena prueba de esto es que en 1870 la Universidad de Oxford aceptaba, por vez
primera, a mujeres en sus pruebas de admisión, si bien no es menos cierto que
no fue hasta 1920 cuando salieron las primeras licenciadas.
Y la
de Melbourne, en 1881, fue la primera universidad australiana que abrió sus
puertas a las mujeres. Tras ella y bien pronto, otras muchas instituciones
siguieron sus pasos. Por ejemplo en Harvard tuvieron acceso en 1893, aunque la
facultad de medicina no admitió alumnas hasta 1917 y la de derecho no lo hizo
hasta 1950. En Cambridge, la licenciatura completa no fue posible hasta 1948.
En fin poco más de medio siglo desde entonces.
En
irónica e indignada respuesta a esta histórica exclusión femenina de la
enseñanza, la activista estadounidense Elizabeth
Cady Stantton escribió en 1895: “Eva mordió la manzana del jardín del Edén para apagar aquella insaciable sed de
conocimiento que los placeres banales como deshojar margaritas y hablar con Adán no podían satisfacer”. (Continuará)
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