(Continuación) Con tiempo suficiente, el micelio puede abarcar grandes extensiones de terreno bajo tierra y hacer
perdurar al hongo todo el tiempo que haga falta, eso sí, siempre que no cambien
las circunstancias ambientales y el hongo se vea obligado a desarrollar las setas.
En esos casos y sólo en ésos, por ejemplo si las temperaturas bajan, es
cuando el hongo al sentirse amenazado, pone en marcha el proceso reproductivo a través de la creación de los carpóforos. Es algo así, para que me
entiendan, como oír la llamada de la naturaleza y responder.
Haciéndolo con la producción de setas, que a su vez generarán esporas que al ser dispersadas y propagadas
entre otros factores por el viento y distintos animales, terminarán
formando nuevos micelios y, por ende, nuevos hongos.
Estamos pues ante un principio universal de la naturaleza, el de la
existencia de vida. Un imperativo
cósmico probabilístico que la ciencia
contempla pero que, ojo, ya la religión,
con siglos de antelación, había manifestado ¿Recuerdan la bíblica frase (cuasi)
textual de ‘Creced y multiplicaos’ (Gén.
1,28)?
Pues la misma para los hongos, creced por el micelio y multiplicaos por la
seta.
Símiles
para diferenciar hongo de seta
Con su permiso -perdonen la deformación profesional de quien esto escribe, son
muchos años ya-, y a pesar de que ya les he puesto negro sobre blanco que el hongo
es un ser vivo cuya estructura consta de dos partes diferenciadas, una nunca
visible (micelio) y otra visible a veces según la época del año (seta).
Es decir que siempre que veamos setas en el campo, es una señal inequívoca
de que bajo la superficie de la tierra hay un micelio, vamos, que tenemos
hongos. Pero que no siempre que tengamos hongos en el campo, veremos setas.
Dicho esto y a su pesar, no me resisto a transcribirles unos símiles, un par
de modelos interpretativos quizás más familiares, para aproximar la comprensión
de la diferencia entre hongo y seta.
El primero guarda relación con un árbol frutal y vendría a decir que el
árbol es al hongo como el fruto es a la seta. Que así, leído a vuela tecla
suena bien, pero que si se piensa un instante, no sé qué decirles ¿Dónde quedan
las ramas, las hojas, la raíz, etcétera? No, no me termina de encajar.
Escribo estas líneas frente al mar en pleno Marco de Jerez de la provincia
de Cádiz, como saben la más meridional de la península Ibérica. De ahí que les
proponga una comparativa vinícola, acerca de la relación entre hongo y seta,
que me contaron hace unos días.
En ella la vid y el hongo serían el total. La cepa, tronco de la vid, y el
micelio la parte no comestible. Y el racimo de uvas y las setas, la parte
comestible. Pero claro seguimos en las mismas, ¿y los sarmientos?, ¿y las hojas?,
¿y la raíz?
Como suele ocurrir en ciencia,
los modelos interpretativos suelen tener un buen comienzo, un mal final y un recorrido
más bien breve debido a que sus patitas son muy cortas. Pero si un hongo no es
lo mismo que una seta, ¿por qué llamamos hongos a las setas?
¿Por qué
llamamos hongos a las setas?
Pues si les soy sincero no lo tengo nada claro. Puede que en parte sea por
ignorancia, no son pocos los que creen que son la misma cosa. Pero también por
comodidad y costumbre, unos comportamientos que hacen que, coloquialmente, a veces no llamemos a las
cosas por su nombre. (Continuará)
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