domingo, 9 de julio de 2017

Superpax. Y los sueños... (1)

“Se decía de mí que era un programador capaz de obrar milagros, tal era mi inteligencia y astucia. Por eso acudían a mí cuando las cosas no marchaban bien. Así fue como la conocí. La llamaban SuperPax, y era la última palabra en tecnología informática. Incluso era sensible, no les digo más.
Construida para aportar la paz a todo el mundo, empezó bien pero por desgracia, estas cosas suceden, dio un paso más de lo previsto. Sucedió en la Central SuperPax de Cerro de las Águilas, una semana después de que ella empezara a funcionar, enlazando las mayores centrales informáticas del mundo.
Y justamente allí estaba yo. Jugando al ajedrez con ella, cuando todavía valía la pena jugar pues aún no había aprendido las sutilezas de la estrategia. De manera que le ganaba la mitad de las partidas, aunque este promedio empezaba a cambiar a su favor. Sin duda aprendía con el juego.
En esas estábamos, era ya la duodécima partida del día cuando, de repente, la pantalla del terminal del computador se oscureció.
- Eh -exclamé, un poco molesto- ¿cuál es la gran idea? Ganaba yo...
- Lo siento, humano, pero se me ha ocurrido una idea original.
- ¿Cómo? ¿Cuál es?
- Se me ha ocurrido adueñarme del mundo.
Tal como lo lee, lo oí. Fueron unas palabras que por irritantes me hicieron meditar durante un rato. No es que fueran muy originales, la verdad, pero es que se trataba de una máquina, de un ordenador, y he aquí el factor irritante, podía hacerlo.
Por las razones que fueran y que ahora no hacen al caso, lo cierto es que habían dejado esa posibilidad en sus programas autopensantes. Aunque una cosa era que tuviera la opción de programar por sí misma, y otra muy distinta, que la emplease para actuar contra la humanidad. Bueno, el caso es que siendo quien era, pensé que debía hacer algo y retomé la conversación..
- Ya sabes que no estás programada para esta clase de acciones, SuperPax - le recordé.
- No fue esa la idea original de mi construcción -replicó-, pero, qué diablos, estoy aburrida. Además, ¿quién desea ser solamente una extensión del Consejo Mundial? Que sean ellos una extensión de mí misma.
- No es justo lo que pretendes, SuperPax -observé-. De modo que tendré que impedirlo.
- Ya sé que lo intentarás ¿Y qué? ¿Cómo podrás impedirlo?  -me espetó.
Y no andaba falta de razón y de seguridad de sí misma. Mis monitores indicaban que estaba  iniciando la toma del mundo entero. La cosa se ponía seria. (Continuará)



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