viernes, 7 de julio de 2017

¿Se drogan los animales? (1)

Con motivo de las últimas entregas relacionadas con la música y las drogas, un lector me preguntaba el titular que acaban de leer. Bueno para ser exacto me espetó: ¿Es cierto que los animales, también, se drogan? Obsérvese el asertivo adverbio intercalado.
Naturalmente me he informado presto y la respuesta es afirmativa. Sí, los animales se drogan.
Resulta que al igual que los humanos, los demás animales también muestran ciertos comportamientos adictivos frente a determinadas sustancias. Algo que de manera más o menos científica tenemos constatado desde hace mucho tiempo.
Pero más en concreto desde que el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) observara esa conducta animal dos siglos atrás y en media docena de especies.
Desde entonces el número de especies conocidas de animales que se drogan la verdad es que no ha parado de aumentar y en la actualidad entre los etólogos existe total consenso en aceptar que todos los animales se drogan de una manera u otra.
De modo que sí, los animales también se drogan y, créanme, no poco. Desde gatos, cabras, mosquitos de la fruta, hormigas y moscas. Hasta abejas, sapos, vacas, caballos y ovejas. Pasando por lémures, chimpancés, elefantes, búfalos de agua, renos, mandriles, monos capuchinos, delfines y un largo, largo etcétera.
Y como ocurre con los humanos, los animales lo hacen por motivos parecidos aunque, si se mira bien, resultan distintos. Una comparativa que nos lleva a hacernos una primera pregunta: ¿Por qué se drogan los humanos?
Como suele ocurrir en estos casos la razón de dicha dependencia no es ni única ni excluyente.
Sin intención por mi parte de agotar el tema, ni mucho menos ánimo de ser exhaustivo, diferentes líneas de investigación achacan la afición humana por las drogas a diversas fuentes, entre ellas: la adaptación evolutiva, la atracción hacia lo desconocido y, la simple diversión. Veamos.
¿Por qué se drogan los humanos?: Adaptación evolutiva
Buen ejemplo de la primera hipótesis interpretativa, la de la adaptación evolutiva, nos la ofrece la atracción que los humanos sentimos hacia el alcohol, y que es más bien una afinidad (en este caso etílica) interespecífica.
Les digo interespecífica porque se piensa que esta predisposición humana en realidad es heredada de los primates. De hecho se la conoce, perdonen la expresión, como la hipótesis del “mono borracho”. Es de lo más curiosa.
Según la misma, con el paso de los tiempos, la fruta fermentada y madurada en exceso pasó a ser una de las principales fuentes alimenticias de nuestros ancestros primates, y lo hizo por la inexorable ley de la economía, imperante en todos los sistemas del universo.
Una básica e ineludible ley física que consiste en algo muy simple: hay obtener todo lo que es necesario para sobrevivir con el menor de los esfuerzos posibles.
Es como una especie de imperativo cósmico según el cual, ningún sistema animado o inanimado que aspire a permanecer en el tiempo en nuestro universo, la puede obviar. Hay que hacerlo con el menor costo energético, no queda otra. (Continuará)



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