(Continuación) Una ventajosa circunstancia de indefensión que conocen muy bien
los sapos, por lo que suelen
merodear cerca de la Amanita muscaria
y así devorar las moscas caídas a su alrededor. De ahí que a esta seta la llamen
coloquialmente “matamoscas”. Normal.
Y como seguro se habrán dado cuenta, una vez más utilizo un término de
manera simplista. En esta ocasión el de sapos,
entendido como conjunto de especies que pertenecen a la clase de los anfibios, aunque sé que no la taxonomía pertinente no es tan simple, ni mucho menos. Nada
que se le parezca, pero estas cosas me pasan.
Paradojas
evolutivas
Pero el caso es que tras lo dicho, es evidente que estamos de nuevo ante un
par de paradójicas incógnitas evolutivas. Vean si no.
Si las moscas al lamer el ácido iboténico de las setas, y como
consecuencia de ser un potente neurotóxico, se convierten en un blanco fácil
para los sapos, que las pueden cazar sin apenas hacer esfuerzo, ¿por qué lo
hacen? ¿Quizás porque les gusta?
Bien, es posible que sea por eso, pero si es así, ¿qué las impulsa a ello
desde el punto de vista evolutivo, si va contra su propia supervivencia como
especie? Suena como antinatural, sin duda estamos ante un magnífico ejemplo de
los peligros que, en general, acompañan al consumo animal no controlado de las
drogas.
Por otra parte los sapos, ¿por
qué se comen a las moscas drogadas? ¿Se alimentan de ellas o se drogan con
ellas? ¿Lo hacen por su valor nutritivo o porque disfrutan del efecto de la
droga que, previamente, ha consumido la mosca al chupar a la seta?
Porque es evidente que al comerse la mosca, junto a los nutrientes, el sapo
ingiere los alcaloides activos de la
seta. O sea lo que les decía al principio. Esto es una cadena de drogadictos,
para la que el etnobotánico y
etnomicólogo italiano Giorgio Samorini
(1957) ya les adelanté tiene una hipótesis interpretativa.
La ingesta de drogas por parte del mundo animal, en su opinión, cumpliría
cierta función evolutiva de las
especies. El hecho de salir de sus zonas de confort comportamentales, les abriría
las puertas biológicas a nuevas posibilidades
adaptativas que, eso sí, tendría sus costes. Sabido es que nadie desayuna gratis
en el Universo.
Otras
cadenas de drogadictos
Una cadena de drogadictos que además no es la única en la que interviene la
amanita muscaria, y de la que al
releer lo escrito sobre ella tomo conciencia de haber cometido, quizás, una
metedura de pata.
Resulta que en los mismos instantes que tecleo lo que ustedes están leyendo
ahora, no tengo nada claro si es lo mismo un hongo que una seta. Como
lo leen. Estas cosas también me pasan. Se trata de una duda cognitiva que, en
cuanto la tenga aclarada, no tardaré en comunicársela.
Por último les decía que no es la única cadena de drogadictos, la de la
mosca y el sapo, en la que está presente la ¿seta/hongo? amanita. Y es cierto. Un amable colaborador me ha puesto en la
pista de otra, en la que intervienen el reno
y el hombre.
No, no se trata de un error tipográfico. A la primera de cambio me pongo
con ella.
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