viernes, 28 de julio de 2017

Es lo mismo (y 2)

Una educación basada en la irrenunciable exigencia de la verdad, a través del desarrollo de un talante crítico, una actitud escéptica, una preparación exigente y una racionalidad irrenunciable. La verdad es el fundamento de la convivencia, lo que la hace posible y asegura su carácter humano.
Si la verdad falta sólo hay degeneración, de forma inevitable. O nos convertimos en manada o lo hacemos en rebaño. En cualquier caso una vida sin libertad, ajena a la condición humana. Una  verdad como pilar en el que se fundamenta la vida humana, pues con ella la gente es libre, y la gente libre no necesita ni héroes ni mitos. Por eso los terroristas no quieren que seamos libres.
Nos quieren hacer esclavos de sus mitos, algunos alimentados por políticos sin escrúpulos que no se manchan las manos de sangre, pero que disparan palabras. Palabras que portan su letal carga de falsedad, de mentira expresa, con la que intentan desplazar y destruir la verdad.
La falsedad es peligrosa, insidiosa y en todos los casos, como mínimo, debe ser reconocida, probada y mostrada como tal. Es del todo necesario, aunque nos requiera un esfuerzo personal especial.
Lo es tanto si la falsedad es involuntaria, en cuyo caso deber ser corregida y superada hasta donde sea posible. Como si se trata de la mentira buscada y querida por sí misma, lo que nos debe llevar a su descalificación, a su exclusión de la convivencia.
De modo que ante muchas de las afirmaciones que leemos u oímos, nuestra pregunta no debe ser otra que: “¿Cómo lo sabe?” Si no hay respuesta o ésta no es convincente, lo adecuado es el rechazo de la afirmación pero, si podemos probar su falsedad, entonces el hacerlo, es absolutamente necesario. Aunque nos resulte particularmente penoso y no esté exento de riesgos, por supuesto.
Una espesa red de mentiras no deja de tejerse y amenaza con asfixiar a la verdad en el mundo. Desde distintos puntos cada vez son más las arañas que la tejen, apoyándose unas a otras. Desde los libros, las emisoras de radio, los sistemas educativos, las televisiones, los partidos políticos, los periódicos, etcétera.
Una urdimbre de falsedades que hay que poner en evidencia, pues semejante estado de error sólo lleva al fracaso. Y es que, por su carácter incoherente, sobre la falsedad no se puede construir nada.  



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