Tal día como hoy de hace siglo y medio, vía telégrafo, llegaban a la localidad de Newfoundland en Canadá dos mensajes enviados desde Inglaterra. Sus textos habían sido extraídos del periódico The Times y decían:
“Es un gran trabajo, una gloria para nuestra era y para nuestra nación, y los hombres que lo han conseguido merecen ser honrados entre los grandes benefactores de nuestra raza”.
“Se ha firmado un tratado de paz entre Prusia y Austria”.
Y aunque no eran los primeros, están los emitidos con anterioridad en agosto de 1858, éstos de ahora establecían una forma permanente de comunicarse. Un sistema más seguro, de estar en contacto a un lado y otro del charco.
Como decía uno de los mensajes, “una gloria para nuestra era”.
Ocho palabras por minuto
Y tanto que lo era. No en vano, como nos dice la zarzuela estrenada unos años después: ‘Hoy las ciencias adelantan, que es una barbaridad’ ‘¡Es una brutalidad!’ ‘¡Es una bestialidad! ¡Es una bestialidad!’.
Eso, con el añadido de que en el mundo real, además, lo hacen en todos los terrenos del saber. También en los campos de conocimiento que atañen al sucedido que estamos comentando.
Y así el nuevo cable de cobre (Cu) utilizado constaba de siete (7) hilos; era mucho más grueso, su densidad lineal era de novecientos ochenta kilogramos por kilómetro (980 kg/km); y tenía una mayor resistencia a la torsión.
Por otra parte las mejoras sintéticas realizadas en la polivalente gutapercha, prestaban un mejor aislamiento contra el agresivo medio salado del océano.
Un conjunto de mejoras que posibilitaron que con él, se pudieran transmitir mensajes en código morse de un continente a otro, a la vertiginosa velocidad para la época de ocho palabras por minuto.
Un aumento cinemático significativo, comparado con las seis palabras por hora del cable de 1858.
Significativo porque echando números era del orden de ochenta (80) veces más rápido, lo que implicaba naturalmente que el tiempo necesario en la transmisión disminuyera casi en la misma proporción.
Una reducción temporal en la comunicación entre ambos extremos, que permitía que un mensaje y su respuesta llegaran en el mismo día.
Lo nunca visto hasta ese momento.
Un ritmo comunicativo que obligó prácticamente a toda la sociedad y casi de todo el mundo -pero sobre todo a políticos, militares, hombres de negocios, etcétera-, a aprender nuevos modos de comportamiento sociales.
No es de extrañar pues que a partir de 1866, se empezara a tejer una gigantesca tela de araña de cables submarinos telegráficos.
Se estima que a finales del siglo XIX, alrededor de quince (15) cables cruzaban el océano atlántico de una a otra orilla.
Telegramas por el mundo
Una red que había empezado a ser trazada unas decenas de años antes, con los incipientes desarrollos científicos y tecnológicos del electromagnetismo, aplicados a la transmisión de señales electromagnéticas.Unos cables que se instalaron, primero, en la superficie sobre postes o enterrados bajo tierra y, luego, atravesando ríos.
Y en cuanto se pudo, económica y tecnológicamente, haciendo lo propio con las extensiones marinas más próximas como el Canal de la Mancha en agosto de 1850. (Continuará)
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