Gracias a esta financiación proveniente del mundo del cinematógrafo -no hace mucho les escribía sobre esa primera sesión de cine abierta al público, hace ahora ciento veinte (120) años-, el 26 de julio de 1923 se transmitían vistas, retratos y escenas, aunque eso sí, receptor y transmisor aún estaban conectados mecánicamente.
No obstante, y a pesar de los significativos avances técnicos, estos primeros experimentos de la televisión apenas tuvieron repercusión alguna, en el mundo científico y técnico de inicios del siglo XX.
Pero por suerte, afectó a nuestro hombre en el terreno personal.
Digo por suerte porque tuvo una consecuencia que resultó definitiva en toda esta historia. Tras el verano, y en busca de mejores oportunidades, el inventor decidió trasladarse de la ciudad costera de Hastings a la misma capital del reino, Londres.
Y estarán conmigo que la capital es la capital.
En Londres (1924)
Una vez ahí, vaya si se notó el cambio capitalino. Trabajando sin descanso en su semisótano del Soho londinense, Baird no dejaba de observar con toda meticulosidad los dibujos luminosos que producían su equipo casero.
Precisamente un día de los primeros de enero de 1924, vio que el haz de luz de su dispositivo trazaba el borroso perfil de una Cruz de Malta. O lo que es lo mismo, había logrado transmitir la imagen parpadeante de un objeto, en este caso una condecoración, de una habitación a otra de su casa.
Nada del otro mundo, apenas tres metros (3 m), pero ahí estaba la transmisión televisiva. La cosa empezaba a pintar bien.
En ese mismo mes, hizo una demostración pública de su aparato y como testigos estaban entre otros, representantes del periódico nacional, Daily News y del Observer Hastings.
Y al mes siguiente, febrero, demostraba en Radio Times que una televisión analógica semi mecánica podía transmitir siluetas en movimiento.
Fue poco después, en julio de ese mismo año, cuando tuvo un accidente que pudo resultarle fatal. Por un accidente recibió una descarga eléctrica de mil voltios (1000 V). Afortunadamente todo quedó en algo más de un susto: una mano quemada.
Pero como dicen, no hay mal que por bien no venga. Por motivos que hacen al caso, fue entonces cuando le propusieron trasladarse a unas instalaciones mejores, en el mismo Londres.
Ahí si empezaron a producirse significativos avances técnicos.
En Londres (1925)
Tanto que el 25 de marzo del año siguiente, nuestro hombre daba divulgación a una proyección televisada en los conocidos almacenes Selfridges.Una especie de atracción comercial para estos almacenes de Oxford Street de la capital londinense, que alcanzó una gran popularidad en la ciudadanía pero que, desde el punto de vista técnico, apenas tuvo mención. (Continuará)
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