miércoles, 21 de mayo de 2014

El bosón y los actores: una explicación cuasi-cinematográfica


En esta historia que relaciona a la ciencia con el séptimo arte, como en la de Miller, hay un protagonista real y presente, y otros reales pero no presentes.

El primero es el físico teórico Brian Greene (1963), un especialista en ese modelo fundamental de Física teórica según el cual, las partículas materiales aparentemente puntuales son en realidad “estados vibracionales” de un objeto.

Un objeto llamado “cuerda” o “filamento”, un nuevo concepto físico. Y de ahí su nombre, Teoría de cuerdas. Una Física de la que recordar, tal y como la conocemos en la actualidad, está basada en dos cuerpos teóricos.


La Relatividad, asociada al mundo de las cosas grandes como estrellas, galaxias, etcétera. Y la Mecánica Cuántica, asociada al de las cosas más pequeñas como el mundo subatómico.

Bueno pues, el tal Greene, va detrás de alcanzar un viejo sueño. El mismo que intentó, y en el que fracasó, el físico germano-estadounidense Albert Einstein (1879-1955).

Y que no era otro que, el de unificar las cuatro fuerzas fundamentales, incluyendo a la esquiva gravedad. Toda una paradoja si tenemos en cuenta que es la primera interacción que el hombre conoce y estudia. Estas cosas pasan.

De los demás protagonistas en esta variante de la historia de Miller, unos son un tropel de periodistas, que esperan a la entrada de un estreno de Hollywood. Y los otros unos actores, cuyo grado de popularidad marcará la pauta de comportamiento de los primeros.

Si quien se baja del coche que acaba de llegar es, pongamos, Brad Pitt, ya se imagina lo que pasará. Habrá una fuerte interacción entre ellos, los reporteros se le acercarán y prácticamente no podrá moverse: el actor habrá adquirido una gran masa. Como el protón.

Pero si quien llega es un actor de medio pelo, o una vieja gloria de Hollywood a quien nadie recuerda, entonces pasará entre la nube de periodistas sin que se le acerquen, sin encontrar resistencia alguna.

Como consecuencia de la nula interacción, lo hará a su velocidad normal y sin adquirir masa. Como el fotón.

Y entre uno y otros, como se puede imaginar, llegaran al estreno toda una panoplia de actores con diferentes poder de atracción sobre los chicos de la prensa.

Pues como las partículas fundamentales y elementales sobre los bosones de Higgs. Por eso cada una tiene su propia masa y rapidez de desplazamiento.

Y ahora que hablo de periodistas.

Addenda bosónica
No recuerdo si les he contado que cuando se anunció, por parte de los científicos del laboratorio europeo CERN, que por fin se tenían pruebas con una seguridad superior al 99,999%, de la detección del bosón de Higgs, un periodista hizo una pregunta de calado:

- “¿Qué habría pasado si se hubiera comprobado que el bosón de Higgs no existe?”

- “Pues que usted no existiría”. Ésa fue la respuesta que le espetó W. Heuer, por entonces director del CERN.

Su sequedad reflejaba bien a las claras, la tensión que se vivió durante muchos meses en el centro. El bosón de Higgs era casi el único hueco que quedaba por rellenar en el modelo estándar de la física, la teoría más ampliamente aceptada que describe el funcionamiento del Universo.

Era como la última pieza por encontrar, en un puzzle teórico que llevaba décadas sin completarse, a pesar de que las demás piezas buscadas (y que fueron predichas por el modelo) se habían ido descubriendo una tras otra.

De ahí que su no existencia resultara ser toda una debacle, un desastre desde el punto de vista teórico. No debemos olvidar que, gracias a ella, podíamos explicar por qué existe la materia tal y como la conocemos.

Si no fuera por el bosón de Higgs las partículas elementales y fundamentales, de las que se compone todo, se moverían sin orden a la velocidad de la luz, por lo que el Universo como tal, no se habría fraguado. (Continuará)




1 comentario :

Julio dijo...

De lo más completo y claro que he podido leer. ¿Podría hacer un índice de todas las entradas?