Es con la que el astrofísico David Miller se ganó la botella de champán.
Una especie de parábola que nos viene a decir que nos imaginemos un salón, en el que se está celebrando una convención del Partido Conservador británico, con los compromisarios repartidos por ella de una forma más o menos uniforme.
Bueno pues ese salón político representaría el Campo de Higgs físico, mientras que los militantes que lo llenan serían los bosones de Higgs. Una estancia en la que pueden entrar, y moverse por ella, diferentes personas.
Analicemos lo que pasaría con algunas de ellas.
Entra un militante anónimo
Suponga que en un momento dado se abre una de las puertas, y entra una persona desconocida o un militante poco popular entre sus compañeros. Como casi nadie le presta la menor atención, se podrá desplazar a su máxima velocidad por el salón sin que nadie le detenga. Normal.Pues bien, el desconocido de esta suposición podría representar a una de esas partículas que interactúan poco o nada con el campo de Higgs, y que o no tienen masa o apenas la adquieren.
Como ocurre con los fotones.
Que recuerde, son partículas sin masa y que siempre se desplazan a la máxima velocidad posible en nuestro universo, la de la luz o radiación electromagnética, c = 299 792 458 m/s, una constante universal.
Son así son los valores de su masa y velocidad, porque no interactúan con el campo de Higgs que, supuestamente, permea el universo entero.
Entra Margaret Thatcher
Sin embargo, al cabo de un rato después de haber entrado nuestro anónimo desconocido, aparece por la puerta nada menos que Margaret Thatcher. Y lo que hasta ese momento era una tranquila reunión de tories, se convierte en un bullicioso movimiento de militantes intentando acercarse, rodear y acompañar a la ya ex Primer Ministro (estamos en 1993). Es lo que tiene la popularidad.
Una circunstancia que hace que, a medida que va avanzando por la sala, lo vaya haciendo rodeada de un permanente grupo de gente.
Un corrillo bien para saludarla a distancia, estrecharle la mano si es posible o intercambiar unas palabras, por qué no.
El caso es que terminan dificultando su movimiento, haciendo que avance a menor velocidad y que parezca que tiene una masa mayor, ya que está siempre envuelta en una nube de admiradores.
Pero ¡ojo!, si se fija bien, a medida que la Thatcher avanza, va dejando atrás a unos militantes y se va encontrando con otros tantos delante. Pero lo hace de una forma especial.
Siempre tiene un número constante de militantes alrededor (pongamos cien) entorpeciendo su paso; por eso tiene siempre la misma masa y avanza a la misma lenta velocidad por el salón.
Pero no son siempre los mismos, aunque sí cien, porque ése es el enorme poder de atracción de la señora Thatcher.
De modo que, según este símil, su masa no la tiene por sí misma, sino que se la confiere el número de militantes que atrae a su paso. Un número que depende de su personalidad.
Otro líder, con otra personalidad, atraerá a un número distinto, lo que le conferirá una masa y una velocidad distinta.
Nuestro ejemplo de la dama de hierro, una figura con mucho tirón, sería como el de una de esas partículas subatómicas que interaccionan mucho con el campo de Higgs, la sala llena de militantes, y por tanto adquieren mucha masa y se desplazan a una velocidad inferior a la de la luz. (Continuará)
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