viernes, 9 de mayo de 2014

Echando números al agua dulce


Un bajo porcentaje que aún debemos reducir más ya que de él, un sesenta y ocho coma siete por ciento (68,7 %) se encuentra en forma sólida en las capas de hielo, en los polos y en los glaciares.

El restante treinta y uno coma tres por ciento (31,3 %) es agua subterránea o se acumula en lagos y pantanos. Y del que los ríos apenas llevan un dos por ciento (2 %). Es decir, que si echamos números:

xxxxxxxx31,3 / 100 · 2 / 100 = 0,00626 xxxxxxsólo el 0,006 % la llevan los ríos.

Un agua que resulta casi imprescindible para tres (3) actividades:

Una. La de saciar la sed. Frente a los dos meses que los científicos estiman que una persona puede estar sin comer, a la hora de beber, los humanos no resistimos más de tres o cuatro días.

Dos. La salubridad, entendida como la característica de lo que no es perjudicial para la salud de algo o alguien. Y que se encuentra muy ligada a otros términos como limpieza, higiene, salud, sanidad, etcétera.

Por cierto, no confundir salubridad con salobridad, antes aludida.

Tres. La producción de alimentos. Para que se haga una idea, la producción de un kilogramo (1 kg) de carne necesita decenas de miles de litros de agua y la de una (1) naranja centenares de litros.

Vamos, que es más fácil transportar carne y naranjas producidas en zonas húmedas, que producirlas en zonas secas. Ése es el precio de la vida. (Hay mucha agua sin vida en el universo, pero en ninguna parte hay vida sin agua. Sylvia A. Earle oceanógrafa estadounidense, 1935).

Y el consumo de agua en estas actividades, va en este orden expuesto, aunque con un matiz.

Mientras que las dos primeras exigen agua corriente, la tercera, que es la que más agua necesita, permite soluciones eficientes, como ya hemos visto.

En la actualidad, y merced a la instantaneidad los medios de comunicación, no es difícil entrever que, con una voluntad decidida de cooperación internacional, es factible hallar soluciones globales a posibles problemas de abastecimiento de agua dulce.

Eso sí, hace falta voluntad. De hecho, es palmario que se trata más de un problema político internacional que tecnológico. Salvo, claro está, que el cambio climático altere la dinámica hídrica mundial.

Ya saben, lo del ciclo hidrológico o ciclo del agua. Una constante y continua circulación del agua por el planeta, acompañada de diferentes transformaciones bio-geo-físico-químico (evaporación, transpiración, precipitación, desplazamiento, etcétera).

Una necesidad hídrica para diferentes actividades humanas les decía, que en buena medida aportan los ríos, al mantener constantes sus afluencias. No sólo por las lluvias sino, también, por los deshielos ya que, si no fuera por éstos, los ríos terminarían desaguando en el mar en muy poco tiempo.

Claro, eso también, si el cambio climático no los altera.

Y ya está. Esto es lo que une el agua con el clima y el cambio climático. Clima que, sé que lo sabe, no es lo mismo que el tiempo (meteorológico, por supuesto).

De la importancia que tiene la temática de la que vengo hablándoles estos días, nos da una buena medida el hecho doble de que existan dos días al año dedicados a ello: uno a la sustancia, el agua, y otro a una ciencia relacionada, la meteorología.

El 22 de marzo, que se celebra el Día Mundial del Agua y el siguiente, el 23 de marzo, que se celebra el Día de la Meteorología. Dicho queda.


Aunque mejor lo dijo Bruce Lee, deportista y artista chino (1940-1973): Be water my friend.

Así mola más.




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