[Esta entrada apareció publicada el 25 de marzo de 2022, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
¿Es verdad que crece la nariz cuando se miente? Si nos fiamos de los cuentos, de lo que le pasaba a Pinocho, el muñeco de madera, va a ser que sí pues sabido es que su nariz crecía cada vez que mentía. Pero no ignoramos que sólo se trata de un cuento y en la vida real esto no ocurre, no, pero tampoco excluye que se produzca una relación fisiológica entre las mentiras que decimos y nuestra nariz, que no es que crezca, no es eso, pero sí que se hincha.
Se conoce como ‘efecto Pinocho’ y lo afirma la ciencia.
Diversas investigaciones estadounidenses parecen confirmar que, al mentir,
segregamos unas sustancias químicas, catecolaminas, que provocan la
inflamación de los tejidos internos nasales.
Una hinchazón que hace aumentar el ritmo de nuestra respiración, latir más deprisa el corazón y elevarse la presión sanguínea, reacciones fisiológicas que generan un picor en nuestro apéndice nasal haciendo que nos lo frotemos para calmarlo. Y éste es un síntoma que los psicólogos tienen muy en cuenta a la hora de juzgar si un individuo miente o no, es más, para muchos de ellos es más revelador, incluso, que la propia respuesta. No le digo más.
Y entre éstos están los médicos que
analizaron el vídeo del interrogatorio (1998) de Bill Clinton, acerca de
su relación con la becaria Mónica Lewinsky, es probable que lo recuerde
al ser un asunto con felatio de por medio. Pues bien, para estos
expertos, que el presidente se frotara la nariz cada cuatro minutos, sin estar
resfriado, era mucho más que un síntoma, se trataba de toda una declaración de
culpabilidad. Clinton mentía al afirmar que no había mantenido relaciones
sexuales con ella, vaya si lo hizo. Pero el ‘efecto Pinocho’ va más allá.
Según se desprende de ciertos estudios, la nariz no es lo único que se hincha al mentir, al parecer también lo hace el pene, eso dicen. Una afirmación curiosa a la vez que delicada de la que, si le tengo que ser sincero, no tengo claro su certeza. No porque, para empezar, lo que sabemos de Pinocho no nos sirve por razones obvias, a él sólo le podía crecer la nariz. Y de salida porque, uno, del sexo oral en el despacho oval ignoramos los detalles, y dos, a Clinton, en pantalla, sólo se le veía de cintura para arriba.
Para más inri, no estoy seguro de lo que le
estoy contando, quizás, porque mi héroe literario, teatral, musical, cinematográfico
y operístico, Cyranno de Bergerac, como es sabido, gozaba de una gran
napia y sin embargo jamás mentía. Nunca, no podía, era un hombre muy valiente y
enamorado. Le dejo con él, ‘¿Qué quieres que haga…? ¡No, gracias!’
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