(Continuación) … Sin embargo, le decía, hay una célebre expresión popular, ‘El hombre propone y Dios dispone’, que seguro estoy conoce y de la que le digo ahora que se ajusta como anillo al dedo a lo que ocurrió en ese verano de tercero de química de 1958.
Verano del 58
El mismo en el que Margarita, con 20 años, conoce a Severo Ochoa de Albornoz (1905-1993), auténtico responsable de su cambio de dirección formativa hacia la bioquímica. Un Ochoa cincuentón que, por cierto, al año siguiente era galardonado con el Premio Nobel en Fisiología y Medicina de 1959. Estas cosas pasan.
Me refiero al encuentro
personal y que le narro en un pispás. Resulta que su padre, el doctor Salas,
estaba emparentado son Severo Ochoa, eran primos políticos, y además habían
coincidido durante un tiempo en la Residencia de Estudiantes de Madrid,
de modo que, aprovechando que el futuro nobel se encontraba ese verano en Gijón,
lo invitó a una paella en su casa.
Así fue como la estudiante de tercero de química conoció al doctor Ochoa, comiendo paella, en un día de verano que le cambiaría la vida y no exagero lo más mínimo. Juzgue usted mismo, primero, por sus propias palabras, “Conocerle fue clave para ser bioquímica y bióloga molecular. Decidió mi futuro”.
Y después porque, ha de
saber que la cosa no quedó ahí. No. Durante el almuerzo, Severo Ochoa les
propuso acompañarle a una conferencia que daba al día siguiente en Oviedo y,
claro, padre e hija aceptaron encantados.
Ni que decirle tengo que
Margarita quedó fascinada con la charla, versaba sobre sus investigaciones en
los Estados Unidos, y que ese mismo día nació su vocación por la bioquímica
y la biología molecular.
Toda una sorpresa para ella pues se trataba de una asignatura que no conocía, ya que se impartía en el cuarto curso de la carrera de Química. Un desconocimiento que le contó al conferenciante junto a su interés por dicha disciplina, y a la que Ochoa correspondió diciéndole que le enviaría un libro de bioquímica cuando llegase a Nueva York, lo que así hizo. Empezaba un nuevo curso.
Bioquímica y amor
Un cuarto curso que le
permitió no solo aprender bioquímica sino a conocer el amor por un hombre, pero
el amor con mayúsculas pues, según Margarita él fue el amor de su vida, su
amigo y el mayor de sus maestros, Eladio Viñuela (1937-1999).
Un hombre inteligente e
inquieto que empezó estudiando Agrónomos para pasarse después a Biológica, pero,
queriendo en realidad estudiar Genética que era lo que gustaba, acabó matriculándose
en Química, donde comparte clases con Margarita Salas. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
1 comentario :
Buena divulgación científica
Publicar un comentario