‘Cómo se abrió el camino’ es el título de un cuento que leí hace
bastante tiempo no recuerdo dónde, y que habla de esas cosas que los humanos no
solo hacemos sin pensar sino, lo que es peor aún, sin tener ni idea de porqué
las elegimos. Más o menos decía así:
“Un día un becerro tuvo que atravesar
un bosque virgen para volver al prado y claro, siendo animal irracional, abrió
un sendero tortuoso y lleno de curvas que subían y bajaban colinas. Lo que se
dice un tormento de sendero, un muy malo vericueto que sin embargo no fue óbice
para que poco después un perro lo usara también. Y tras él, el carnero jefe de
un rebaño que viéndolo ya trazado lo hizo seguir e incluso más tarde, hasta los
mismos hombres los comenzaron a usar. Ellos, que se consideran el animal
racional de la naturaleza.
Gracias a su senda los animales entraban
y salían del bosque aunque eso sí, tenían que girar a derecha e izquierda una y
otra vez, descender, subir, desviarse en fin. Lo que les dije antes, que era una
tortura, pero que a lo que ahora añado, que acaso fuera evitable. Y sí, puede
que lo fuera, pero lo cierto es que ellos solo se quejaban y maldecían. Con
razón.Pues también, claro que la tenían. Pero es que sólo hacían eso y nada
para crear una vía nueva más cómoda. Así que tenían razón pero no la poseían,
algo que suele sucederle al hombre.
El caso es que después de tanto uso el
sendero acabó convertido en un amplio camino, y por él los animales transitaban
portando pesadas y agotadoras cargas, obligados como estaban a recorrer en
horas, lo que por otro sendero podría hacerse en unos minutos. Un cansancio más
que excesivo y quizás prescindible pero inevitables pues era el único camino
que había, el abierto hacía mucho tiempo por el becerro.
Y así pasaron muchos años durante los
cuales el camino terminó por convertirse en la calle principal de un pueblo,
posteriormente en la avenida principal de una ciudad y, eso sí, todos seguían
quejándose de su tránsito porque veían que era el peor posible. Pero como era
el único camino...”
A todo esto dice la historia que el
bosque, que todo lo veía y desde siempre, se sonreía. Y que lo hacía al ver
cómo los hombres solemos seguir el camino ya trazado por otros, no
preguntándonos nunca si es la mejor elección. Resulta que somos así, humanos
demasiado humanos, y es lo que toca. No hayotra.
De modo que quizás tuviera razón el
bosque al sonreírse. Claro que pensar así por su parte es fácil, como él no se tiene que mover a ningún sitio,
ya puede. De estar en su lugar yo también sonreiría. Ah, ahora lo recuerdo, la
historia es lusa, más en concreto del Algarve. (Continuará)
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