viernes, 15 de junio de 2018

‘Cómo se abrió el camino’

Es la primera de tres lecturas que les traigo para este fin de semana sobre caminos, caminantes y algunos de los pensamientos de estos últimos. Las dos primeras vienen aser como una especie de historietas, de nombres algo sobrevenidos la verdad, y la tercera es un poema. Espero que les guste.
‘Cómo se abrió el camino’ es el título de un cuento que leí hace bastante tiempo no recuerdo dónde, y que habla de esas cosas que los humanos no solo hacemos sin pensar sino, lo que es peor aún, sin tener ni idea de porqué las elegimos. Más o menos decía así:
“Un día un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver al prado y claro, siendo animal irracional, abrió un sendero tortuoso y lleno de curvas que subían y bajaban colinas. Lo que se dice un tormento de sendero, un muy malo vericueto que sin embargo no fue óbice para que poco después un perro lo usara también. Y tras él, el carnero jefe de un rebaño que viéndolo ya trazado lo hizo seguir e incluso más tarde, hasta los mismos hombres los comenzaron a usar. Ellos, que se consideran el animal racional de la naturaleza.
Gracias a su senda los animales entraban y salían del bosque aunque eso sí, tenían que girar a derecha e izquierda una y otra vez, descender, subir, desviarse en fin. Lo que les dije antes, que era una tortura, pero que a lo que ahora añado, que acaso fuera evitable. Y sí, puede que lo fuera, pero lo cierto es que ellos solo se quejaban y maldecían. Con razón.Pues también, claro que la tenían. Pero es que sólo hacían eso y nada para crear una vía nueva más cómoda. Así que tenían razón pero no la poseían, algo que suele sucederle al hombre.
El caso es que después de tanto uso el sendero acabó convertido en un amplio camino, y por él los animales transitaban portando pesadas y agotadoras cargas, obligados como estaban a recorrer en horas, lo que por otro sendero podría hacerse en unos minutos. Un cansancio más que excesivo y quizás prescindible pero inevitables pues era el único camino que había, el abierto hacía mucho tiempo por el becerro.
Y así pasaron muchos años durante los cuales el camino terminó por convertirse en la calle principal de un pueblo, posteriormente en la avenida principal de una ciudad y, eso sí, todos seguían quejándose de su tránsito porque veían que era el peor posible. Pero como era el único camino...”
A todo esto dice la historia que el bosque, que todo lo veía y desde siempre, se sonreía. Y que lo hacía al ver cómo los hombres solemos seguir el camino ya trazado por otros, no preguntándonos nunca si es la mejor elección. Resulta que somos así, humanos demasiado humanos, y es lo que toca. No hayotra.
De modo que quizás tuviera razón el bosque al sonreírse. Claro que pensar así por su parte es fácil,  como él no se tiene que mover a ningún sitio, ya puede. De estar en su lugar yo también sonreiría. Ah, ahora lo recuerdo, la historia es lusa, más en concreto del Algarve. (Continuará)




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