(Continuación) En la primera de estas disciplinas porque es pionero en
intentar comprender el origen del mundo, en función de su «composición». Recordemos
que en la antigua hipótesis de los elementos, para él, el agua era el principio de todas las cosas.
Además se le atribuye la predicción del eclipse total de Sol, que tuvo lugar el 28 de mayo del año 585 a.C.
Ese que por la historia sabemos se produjo en medio de una batalla, y llevó a
los contendientes a detenerla y acordar
una paz.
Qué sería del hombre sin los dioses protectores… O, lo que es lo mismo, de
la cosmogonía a la cosmología…
Y en matemáticas, valga la leyenda narrada por Plutarco y que sitúa a Tales ante las pirámides de Egipto
calculando, gracias a sus conocimientos analíticos y geométricos, la altura de
la de Keops, sin necesidad de ningún
instrumento de medida.
Una cuestión de longitudes de sombras.
Sabio
distraído
Dejando a un lado la crudeza de la anécdota que inicia esta entrada -esa
que refleja el despiste del sabio que, abstraído en lo suyo, no ve ni la
belleza ni el peligro-, hay un par de detalles que me llaman la atención.
Uno por preocupante. No me ha quedado claro si la joven ironiza porque está
ofendida, al ver que no se ha fijado en ella como mujer, o porque está
preocupada por la caída de una persona.
El otro por interesante. Es sorprendente la visión que nos ofrece, ya desde
la Antigüedad, del sabio como ser despistado y distraído.
Una tradición que casi llega hasta nuestros días pero que, a tenor de lo
visto, surge muy, muy pronto en nuestra cultura. Un tema socorrido, esta
asociación de sabiduría y distracción, cuya razón se me escapa.
Pocos ignoran que la distracción no es una especialidad exclusiva de los sabios. También son
distraídos los carpinteros, economistas, pintores, electricistas y poetas.
¿Entonces?
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