Fue el principio de la obtención de una vacuna que pondría fin a la enfermedad.
Un mal del que tenemos constancia desde hace más de 3000 años, gracias a un grabado del antiguo Egipto en el que se representa a un sacerdote con una atrofia severa en una pierna.
Una parálisis con toda la pinta de ser causada por la poliomielitis.
De hecho es muy, muy, probable que esta enfermedad infecciosa, que afecta principalmente al sistema nervioso, haya acompañado al hombre durante buena parte de su historia, causándole raquitismo, parálisis y, a veces, la muerte.
Sin ir tan lejos, en la primera mitad del pasado siglo XX la poliomielitis se convirtió en una epidemia en los Estados Unidos.
Algo que por suerte ya no ocurre, al menos en aquellas proporciones, desde que en 1947 y tras tres años de investigaciones, los químicos de la Universidad de Stanford, Hubert S. Loring y Carlton E. Schwerdt, anunciaron lo que anunciaron.
Habían logrado aislar el virus de la polio, a partir de tejidos cerebrales y de médula de ratas infectadas. Etimológicamente, no se lo había dicho, la palabra poliomielitis deriva del griego y hace referencia a la médula espinal y al color gris.
Los virus de la poliomielitis (VP), cuyo único huésped conocido es el hombre, son unos agentes infecciosos microscópicos que pertenecen al género Enterovirus, familia Picornaviridae, y de los que existen hasta tres (3) tipos.
Para que se hagan una idea, los VP son como pequeñas esferas, icosaedros, de unos veinticinco nanómetros (25 nm) de diámetro.
Por supuesto lo anterior es solo un resumen poliomielítico, del momento histórico del asilamiento del virus, pero la historia siguió. Vaya si siguió. Nosotros aquí, nos quedamos con el día 10 de enero de 1947. Uno de esos días que cuentan.
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