Vayamos con los primeros. En realidad lo que ven no son tatuajes sino dibujos realizados con un aerógrafo aplicado sobre la superficie de la piel. Y por supuesto la pintura empleada es temporal e inocua.
De hecho se va con un simple lavado, esa es toda su permanencia, aunque no me extrañaría que más de un niño no se quiera duchar en una semana, con tal de conservar el tatuaje. Que ya ven son de los que molan.
De los que llevan los “chicos malotes”. Esa es toda su toxicidad.
Y del tatuaje al tatuador. Se trata Benjamin Lloyd, un artista neozelandés que últimamente dedica parte de su tiempo a “tatuar” a niños enfermos en los hospitales.
Por eso les decía que eran criaturas especiales.
Resulta que por circunstancias que pueden leer en cualquier otro lugar, el mero hecho de estar con ellos unos minutos mientras les realiza el dibujo y les enseña cómo se hace, a ellos, a los niños, les levantaba el ánimo para unos cuantos días.
Por el motivo que fuera, llevar ese tatuaje en el cuerpo estimulaba su confianza. Y eso está bien, muy bien.
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