martes, 13 de septiembre de 2016

1816, el año sin verano (2)

(Continuación) Pues como lo leen, y además lo hizo en medio de una terrible tormenta en plena crisis del cambio climático.

Lo malo del asunto profético es que la mala nueva se extendió como la pólvora, y en nada de tiempo circulaba por toda Europa, provocando que miles de personas cayeran en la histeria.

Lo bueno fue que lo único que sucedió aquel 18 de julio en casi todo el viejo continente, es que siguió haciendo un frío del copón, el cielo estuvo encapotado y siguió lloviendo a manta.

Ya, ya, sé lo que me va a decir. Que vaya plan.

Pero que quieren que les diga. Algo es algo, y a veces es mucho, sobre todo si lo comparamos con la mortal alternativa apocalíptica.

Crisis climática y social en Europa
Por ejemplo en Alemania llovió durante semanas haciendo que el rio Rin inundara extensos territorios.

De este modo las patatas se pudrían en la tierra, las uvas no maduraban en las viñas y las tormentas terminaron arruinando casi un tercio de la cosecha de cereal.

Y tres cuarto de lo mismo pasó en el resto de países europeos: Italia, Francia, Inglaterra, España, Portugal, etcétera, donde a los campesinos les faltaban manos y tiempo para salvar sus hortalizas o transportar el heno empapado a lugares seguros y secos.

En Londres el entonces embajador de Estados Unidos John Quincy Adams (1767-1829), que unos años después llegaría a ser el sexto presidente de los Estados Unidos (1825-1829), se quejó de que las noches estivales eran tan frías, que no había podido dormir ningún día sin manta.
La prensa, en particular The Times de Londres, con la habitual flema y sutileza británica, publicó que el tiempo estaba siendo "poco amable".

Ya, poco amable es lo que escribieron. Pero en plena época de cosecha nevó al norte de la ciudad, algo totalmente insólito en dichas fechas. Y en septiembre, violentos vendavales arrancaron los árboles y arrasaron los campos.

Vamos que como el refrán, que no era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano.

Y más arriba, en Irlanda, durante ese año, la emigración de irlandeses a Estados Unidos creció de forma espectacular.

Unos inmigrantes que en su mayoría llegaban muertos de hambre al nuevo continente, en un momento en el que las cosechas norteamericanas también estaban siendo azotadas por los anómalos agentes meteorológicos.

De hecho muchas familias campesinas de Nueva Inglaterra tuvieron que viajar con todas sus pertenencias hacia el oeste para huir de la hambruna, el frío, la lluvia y la humedad.

En Copenhague, la capital de Dinamarca, por los datos con que se cuenta llovió casi todos los días durante cinco (5) semanas, que se dice pronto.

Copenhague la ciudad de La Sirenita, la mundialmente conocida escultura de bronce que fue donada a la ciudad por un empresario cervecero.

Dicen que el escultor que la talló se inspiró en el cuento de hadas homónimo, escrito en 1837 por el escritor también danés Hans Christian Andersen (1805-1875).

Así que todo quedó entre compatriotas, lo que está bien. (Continuará)




No hay comentarios :