Guarda una estrecha relación con la amplia panoplia de supersticiones de los hombres, que también las tiene, cómo no, sobre las estrellas fugaces que habitan en el cielo y parecen caer a la tierra.
Uno la morada de los dioses, otra la de los hombres. Y entre una y otra, las estrellas fugaces. Una superstición tan antigua como la propia humanidad para la que dichas estrellas eran, ni más ni menos que, mensajes divinos.
Mensajes a los que las diferentes sociedades primitivas les adjudicaban distintos significados. Unos, anunciadores de buenas nuevas y, otros, de desventuras.
Por ejemplo se creía que cada estrella fugaz era el alma de una persona, de modo que representaba la llegada de un recién nacido allí en el lugar donde cayera.
Es lo que dicen que ocurrió con Jesús, de quien los Reyes Magos declararon que haber visto brillar su estrella en el Oriente. Probablemente esta historia es el germen de la superstición, según la cual, las estrellas anuncian un nacimiento.
Pero también eran anunciadoras de desgracias; portadoras de avisos de muertes aisladas o colectivas. No hace mucho tiempo, y tras haber sucedido una desgracia, no era infrecuente que alguien dijera haber visto caer antes una estrella fugaz.
Justo la que la anunciaba. Esa era la terrible asociación: estrella fugaz como antesala de una tragedia o muerte.
De ahí que haya quienes piensen que, la costumbre de pedir un deseo ante su visión, podría venir de un tímido intento humano de remediar la inminente desgracia celestial. Una muestra humana de reconocimiento hacia su poder divino.
Una prueba de humildad y respeto que esperaba fuera recompensada.
Pero como esto casi nunca ocurría, hubo que ponerles condiciones restrictivas al deseo para que se llegara a cumplir. Y así, debía ser formulado antes de que la estrella cayese. Si no, no se cumpliría. Una condición que no todos llegaban a cumplir.
O había que contar nueve (9) estrellas en nueve (9) noches sucesivas, para poder pedir un deseo y que éste se satisficiera. Unas condiciones si no imposibles, poco, muy poco, probables de poder ser cumplidas por (casi) nadie.
Como ven unas condiciones, supuestamente, justificadoras del más que escaso éxito de la credulidad estelar.
Pero como era mucha la necesidad humana, y pocas las veces que las estrellas las satisfacían, no faltaron nuevas credulidades que intentaron quitar las ganas de pedir los deseos.
Por ejemplo, se decía que contarlas traería mala suerte al que lo hiciera. O que el mero hecho de mirarlas era ya un pecado. Un mal asunto en aquellos tiempos.
Toda una contradicción en forma de aviso a navegantes. Navegantes de otras épocas, más crédulas e ignaras, en las que la ciencia astronómica no existía con el desarrollo actual, lo que explicaría su inocente ingenuidad.
Lo que no tiene explicación alguna es que, en los tiempos que corren, las gentes sigan creyendo en ellas. No. Va a resultar que no es cierto que la ciencia sea el gran antídoto contra el veneno del entusiasmo y la superstición. No. No siempre al menos.
No hay comentarios :
Publicar un comentario