jueves, 22 de agosto de 2013

A. EINSTEIN: UNA BIOGRAFÍA. Ancianidad (III)


Aparece la segunda edición de ‘El significado de la Relatividad’, con un apéndice donde se resumen sus últimas opiniones cosmológicas.

El 10 de diciembre, pronuncia una conferencia en New York. Su título, elocuente, “Se ha ganado la guerra, pero no la paz”.

“... no quiero saber nada de los alemanes”
En mayo de 1946 Maja tuvo una caída que le provocó una parálisis progresiva, y por la que tuvo que guardar cama. Einstein le leía cada noche a su hermana las obras de sus autores favoritos. Una conmovedora prueba de amor fraternal.

Como científico acepta la presidencia del Comité de Emergencia de Científicos Nucleares, una organización cuyo objetivo era impedir una guerra nuclear. Y publica “Fundamentos de la Teoría de la Gravitación General” en Annals of Mathematics.

Tras la derrota de la Alemania nazi, fue invitado a ingresar de nuevo en la Academia de Baviera. Al rechazar el ofrecimiento alegó: “Los alemanes han exterminado a mis hermanos judíos; no quiero saber nada de los alemanes”.

Beligerancia pacifista y frialdad emotiva
En octubre escribe una carta abierta a la Asamblea General de la ONU, instándola a formar un gobierno mundial. Es el manifiesto de un pacifista activo y convencido. En público, un hombre comprometido.

Prosigue una intensa actividad a favor del desarme armamentístico nuclear y la creación de un gobierno mundial. Piensa que la paz sólo se podrá conseguir, mediante el control internacional del armamento nuclear.

Una actitud que, en los tiempos de histeria anticomunista que empiezan a germinar en los EEUU, le traerá algún que otro desagradable disgusto con el FBI. A Einstein siempre le angustió la idea de haber sido él quien entreabriera la tapa de la “caja de Pandora” nuclear.

Y el contrapunto al Einstein público se lo pone, claro, el Albert privado.

En lo familiar, la relación con su hijo Hans sigue sin resolverse. Apenas se ven. De hecho, Hans, es un perfecto desconocido para la sociedad estadounidense. En más de una ocasión, al dar su apellido e identificarse, le increparon: “Imposible; Einstein no tiene hijos varones”.

Algo muy duro de oír para un hijo.

Demasiada miopía emocional la del genio. Nada que ver con su clariver intelectual. Y en privado, un hombre desinhibido, por decir algo.

Hans fue nombrado en 1947, profesor en la U. de California en Berkeley. Llegó a ser un reputado profesional, lejos de la alargada y fría sombra paterna.

Y como científico
Sigue como siempre. O sea más de lo mismo. No ceja en su polémica con el indeterminismo cuántico. Sólo que ahora, durante un tiempo, su adversario es su buen amigo M. Born.

Escribe a París, a su amigo Habicht (uno de los fundadores de la academia Olimpia de su juventud): “aún trabajo infatigablemente, pero me he convertido en un maldito renegado que no desea que la Física esté basada en probabilidades”.

Durante la primavera de 1948 le visita en el instituto, N. Bohr. No fue un encuentro feliz. Discutieron, natural, sobre el significado de la mecánica cuántica. Ninguno convenció al otro y terminaron disgustados.

Virtudes públicas, defectos privados
En lo político sigue con inquietudes. Apoya públicamente, mediante artículos en prensa, conferencias y retransmisiones radiofónicas, la creación del estado de Israel.

Admirable clarividencia, brillante, emocional y nacional (... mi relación con el pueblo judío ha pasado a ser mi vínculo humano más fuerte).

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