Ya les he puesto en más de una ocasión, y por pasiva, sobre aviso. Si uno bebe y es detectado por la Guardia Civil conduciendo, no hay artimaña que se pueda resistir al alcoholímetro. No hay nada que hacer salvo soplar y pagar.
De modo que el mejor truco es no beber cuando se tiene que conducir después.
Aunque si lo hace, con algo de suerte, lo mismo podría eludir el test o su resultado. Bueno, no le quiero engañar, necesitará algo más que suerte. Le hará falta conocimiento, ingenio y picaresca. Les cuento un par de casos.
El caso del alcohol en boca
No es de extrañar que los agentes relaten, cómo la mayoría de los conductores, al ser parados en un control lo primero que hacen es afirmar que no han bebido. Bueno lo hacen pero, inmediatamente después, reconocen y aseguran, eso sí, que no se han tomado más de dos cervezas. Dos seguro, señor agente.Y lo mantienen hasta que soplan el “globo” y sale positivo.
Entonces, con un margen de diez minutos, por ley se le realiza una segunda prueba. Se trata de eliminar una fuente de error conocida como la de “alcohol en boca” y consistente en que, si la persona hace muy, muy, poco que se ha tomado por ejemplo un vaso de vino, entonces da tres veces más de lo permitido. Pero en realidad no ha superado el límite de la tasa.
De ahí que se deje pasar un rato para practicar la segunda prueba. Si ésta volviera a dar positivo y el conductor no estuviera de acuerdo con el resultado, entonces es informado de su derecho a realizar, ahora, un análisis de sangre.
Un nuevo paso al que se acogen nada más oírlo, hasta que conocen las condiciones del mismo. Si resulta negativo lo paga la DGT, pero si da positivo el gasto lo desembolsa el afectado. Sólo los que no han bebido lo realizan. Ellos saben que son inocentes.
Por lo que yo sé, todos renuncian al análisis de sangre. Ven, hace falta conocimiento para no agravar más aún la situación si se ha realizado el test. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Pero si no llegamos a realizarlo, entonces es posible esquivar la multa. Un nuevo caso al que he llamado el del conductor desaparecido. Tiene su gracia.
El caso del conductor desaparecido
También lo cuenta un agente de la Benemérita. Ocurrió en un control que estaban realizando a altas horas de la madrugada en una carretera secundaria. Al parecer vieron llegar un coche de lujo que se detuvo a unos cien metros del lugar donde se encontraba el control.Se acercaron y extrañados pudieron observar por la ventanilla a tres varones de entre 40 y 50 años sentados en el asiento trasero, con los brazos cruzados y, aparentemente, durmiendo. Pero nadie en el asiento del conductor.
Les alertaron con una voz de su presencia y uno de ellos pareció despertarse y comenzó a explicarles que venían de una fiesta. El olor que desprendían evidenciaba bien a las claras que habían bebido.
Le preguntaron por el conductor del vehículo y, entonces, el hombre comenzó a realizar una serie de gestos, aspavientos y manifestaciones preguntándose dónde estaba Manolo. Manolo era, según él, el supuesto conductor.
¡Manolo!, ¡Manolo!, dice el agente que le llamaban a voces ya los tres.
Como se estará imaginando el tal Manolo, evidentemente, no apareció. El conductor era uno de los tres que había fingido dormir en el asiento trasero pero, claro, sólo tenían la evidencia. No la prueba de que alguno fuera el conductor.
Y no se puede practicar ningún test de alcoholemia ni multar a otra persona que sea el que conduce el vehículo. En definitiva, que viendo el panorama y ante la imposibilidad de hacer el test al supuesto Manolo, los agentes decidieron marcharse sin multar a nadie.
En esa ocasión salió bien. Pero necesitaron buenas dosis de suerte, ingenio y picaresca. Salvo rarísimas excepciones, el cóctel alcohol-conducción acaba mal.
¡No se puede engañar al alcoholímetro!
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