Seguro que si tiene cierta edad, habrá vivido en más de una ocasión esta situación que les traigo.
La de tratar de razonar con alguien que, en ese momento al menos, se muestra incapaz de usar su raciocinio.
Estarán conmigo que la sensación que nos deja es la de impotencia. Y que pocas cosas nos producen en nuestra vida, tanta impotencia como ésa.
Para nadie es agradable tratar con quien no quiere, no sabe o no se atreve a razonar. Y es que representan la imagen más próxima que tenemos de un fanático, un tonto o un esclavo según el caso. Por eso no nos agradan.
Por lo general se trata de una persona, cualquiera de nosotros podemos serlo, que al menos en ese momento, se siente en posesión de la verdad. Tanto como para negar con vehemencia lo que, para el resto, es evidente.
Y es que en su pensamiento no hay lugar para el sentido común. No lo hay porque no puede analizar de forma lógica.
En su ofuscación construye argumentos basados en premisas erróneas. Tergiversa hechos. Retuerce palabras y, con frecuencia, concluye con afirmaciones hirientes e injustas.
Y lo hace sin razón, aunque él crea poseerla en esos momentos. Algo muy humano por otra parte.
No olvidemos que por lo que se ve, no hay nada repartido, de forma más equitativa en el mundo, que la razón. Lo digo porque todo el mundo está convencido de tener suficiente.
Por eso cuando discutimos, aunque oímos no escuchamos y si bien hablamos no razonamos.
Un caso claro de comportamiento imbécil. Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) ya lo escribió en el siglo XVII: "Que a quien la razón no vale, ¿de qué vale tener razón?"
Un caso claro de comportamiento imbécil. Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) ya lo escribió en el siglo XVII: "Que a quien la razón no vale, ¿de qué vale tener razón?"
No se puede reflejar mejor la situación. De ahí lo difícil que resulta salir de ellas ¿Qué hacer entonces en estos casos?
Pues de entrada ¡no desesperarnos, ni contestarle! Que es justo lo que hacemos. Error.
No hay que entrar, bajo ningún concepto, en su terreno. No merece la pena hablar a quien, en esos momentos, es incapaz de escuchar.
No hay que entrar, bajo ningún concepto, en su terreno. No merece la pena hablar a quien, en esos momentos, es incapaz de escuchar.
Por eso, con frecuencia, una buena ayuda es el arte del silencio. Un silencio impactante que adquiere más fuerza si lo acompañamos de una mirada directa y valiente.
Se trata de un silencio que, lejos de ser una derrota frente a la argumentación contraria, es primero una muestra de nuestra mejor inteligencia emocional. Y después una defensa.
Ya saben lo que se dice: “Nunca discutas con un imbécil. Te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia”. Bueno. Pues eso.
5 comentarios :
"No olvidemos que por lo que se ve, no hay nada repartido, de forma más equitativa en el mundo, que la razón. Lo digo porque todo el mundo está convencido de tener suficiente."
Discrepo.
De todos modos, más que alertar y enseñarnos a aceptar que no se puede hacer nada,¿por qué no buscar un método científico para que el otro hablante no se vuelva así de fanático?
Lo único que he conseguido aplicar hasta ahora es intentar que la persona con la que discuto no se de cuenta de que las ideas que le propongo van contra sus "dogmas de fe". Lo cual es fácil solo si conoces a la persona. Aunque al menos es algo...
Una pregunta científicamente,médicamente o psicológicamente como se llamaría a este tipo de personas
Es alguna especie de trastorno mental?
Creo que este tipo de personalidad esconden miedo y el miedo atrae a la ira.Son personas con grandes frustraciones y debilidades que pretenden esconder y ellos mismos se delatan ante su inmadurez y debilidad
Muy de acuerdo con su la ultima respuesta, es entonces necesario entonces un apoyo psicológico hasta que la persona logre comprender de mejor manera su pasado
Publicar un comentario