Destinada a ser el centro de atención de la Exposición Universal de 1889, que se celebraría en París coincidiendo con el centenario de la Revolución francesa, la Torre Eiffel fue inaugurada el 31 de marzo de 1889.
Construida en veintiséis (26) meses y cinco (5) días, a pesar de que se tenía previsto que sólo fueran doce (12) meses, en ella trabajaron doscientos cincuenta (250) obreros, que ensamblaron más de dieciocho mil (18 000) piezas de hierro y colocaron dos millones y medio (2 500 000) de remaches.
Con sus iniciales trescientos metros (300 m) de altura, la Torre Eiffel fue la estructura más elevada del mundo durante más de 40 años, hasta que la superó el edificio Chrysler, de Nueva York, construido en 1930.
Curiosamente, con la antena de 24 metros que se le añadió a la torre en 1959, ésta volvió a ser más alta que el edificio Chrysler.
En esta vida siempre hay uno que es más que otro.
En esta vida siempre hay uno que es más que otro.
Es evidente que con su construcción Francia, y en concreto la ciudad de Paris, pretendían volver a ser el centro del mundo.
Y para ello era necesario un genio que la construyera.
Y para ello era necesario un genio que la construyera.
No son pocos los estudiosos de este tema que coinciden al señalar que, la auténtica genialidad de Gustave Eiffel no residió tanto en la concepción científica-técnica del monumento -algo que nadie pone en duda- como en las grandes dosis de voluntad, esfuerzo, constancia y entusiasmo que tuvo que administrar, para dar a conocer su proyecto a gobernantes políticos, responsables técnicos y público en general.
Para que lo conocieran y lo aceptaran.
Porque han de saber que, desde el principio, la torre tuvo grandes detractores. Siempre encontró una resistencia inicial.
La Eiffel era una torre que no gustaba.
La Eiffel era una torre que no gustaba.
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