sábado, 10 de mayo de 2025

De la mitología a la ciencia. Ciencia Antigua ¿De qué están hechas las cosas? Cosmos aristotélico: Poliedros

(Continuación) Es con los cinco elementos como el sabio de Estagira describe su cosmos teniendo en cuenta sus propiedades intrínsecas y tendencias naturales, a saber: la tierra como elemento más “pesado” y un fuerte movimiento de caída hacia el centro; el agua, que también cae formando una capa que rodea la esfera terráquea.

El aire y el fuego, cuyas tendencias por el contrario son las de moverse hacia arriba, lejos del centro, siendo el fuego más “ligero” que el aire; y más allá de la capa de fuego, en la parte más alta de las regiones exteriores, el éter, más ligero aún que ellos, quintaesencia en la que se movían las sólidas esferas también compuestas del sutil elemento.

De elementos y poliedros

Me refiero, claro, de los primeros, a la manita de antiguos y de los segundos, a los cinco poliedros regulares estudiados en el bachillerato, entre los que los pitagóricos creían que existía un vínculo místico, y así relacionaron: el tetraedro (4 caras) con el fuego; el cubo (6 caras) con la tierra; el octaedro (8 caras) con el aire; el icosaedro (20 caras) con el agua; y el dodecaedro (12 caras) con el éter.    

Una asociación -emparejar conceptos y hechos naturales (los cinco elementos antiguos) con simetrías matemáticas (los cinco poliedros regulares)- que en este contexto griego está fuera de lugar, pero que en realidad no es muy diferente de lo que se empleó en la ciencia clásica.

Que se lo digan si no al astrónomo y matemático alemán J. Kepler (1571-1630), figura clave en la revolución científica, empeñado en relacionar los cinco poliedros con los cinco planetas conocidos en su época: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno además de la Tierra.

‘El Misterio Cósmico’

Una desesperada y errada especulación de los datos astronómicos que disponía, y en los que tuvo mucho que ver el astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601) considerado el más grande observador del cielo a simple vista, antes de la invención del telescopio.

Un erróneo vínculo que llegó a plasmar en su obra de 1596 ‘El Misterio Cósmico’ y del que cuando comprobó su imposibilidad, como prueba de se trataba de un verdadero científico, reconoció: ‘¡Qué pájaro más necio he sido!’  ¿Un error cósmico por tanto?, pues a ciencia cierta no sabría qué decirle.

Se lo digo por la posterior relación mantenida a lo largo del tiempo entre ciencias y matemáticas, no olvidemos las palabras del pisano respecto a las leyes de la naturaleza y el lenguaje en el que estaban escritas. (Continuará)

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