lunes, 19 de mayo de 2025

18 abril 1955 [CR-311]

[Esta entrada apareció publicada el 25 de abril de 2025, en el semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]

A las 1:15 de ese día, entonces cayó en lunes, fallecía Albert Einstein en el Hospital de Princeton, Nueva Jersey, Estados Unidos, de modo que el pasado viernes se cumplieron los primeros setenta años de su defunción. 

Había ingresado el día anterior con un agudo dolor de ingle, a consecuencia de la ruptura del aneurisma y tras negarse a ser intervenido quirúrgicamente para detener la hemorragia -alegó que sería una operación de muy mal gusto, dadas las circunstancias (“No necesito la ayuda de los médicos para morir”)- experimentó una leve mejoría gracias a la medicación suministrada.

La tarde del domingo dormía con dificultades para respirar y los doctores se temían lo peor como así fue; durante la madrugada del 18 la enfermera a su cuidado le oyó murmurar algo en un tono muy débil, unas palabras en alemán que ella ni pudo oír con claridad ni comprender pues no conocía el idioma. Instantes después Albert, el hombre, respiraba profundamente dos veces y moría, nunca conoceremos sus últimas palabras. 

La causa de su muerte fue una hemorragia interna provocada por la ruptura de un aneurisma de aorta abdominal, una enfermedad no infrecuente pero que no suele mostrar síntomas hasta un punto crítico, y de la que ya había sido intervenido en 1948 solo que en esta ocasión el genio se negó categóricamente a una nueva operación. La noticia se supo a las ocho de la mañana y dada su enorme popularidad, ‘Einstein Superstar’, produjo una gran consternación en el mundo entero.

De forma exhaustiva y extraordinaria, todos los medios de comunicación se hicieron eco del fallecimiento, si bien sólo un periódico dio la noticia de una manera, a mi entender, magistral. Realizó a lápiz un sencillo y simple dibujo necrológico del cosmos, mostrando a la Tierra junto a otros planetas y en ella, una enorme placa que decía: “Albert Einstein vivió aquí”. Genial. 

Pocos meses antes de su muerte el relativista había manifestado el deseo de donar su cuerpo a la ciencia, pero lo cierto es que no llegó a dejar instrucciones escritas al respecto, así que fue incinerado en Trenton el mismo día de su óbito. 

Se hizo con sencillez, en la intimidad (sólo asistieron doce personas) y aún hoy se mantiene en secreto el lugar donde se echaron sus cenizas, si bien se cree que fueron esparcidas en el río Delaware, un homenaje quizás a su querida afición por la navegación.

Sin embargo, no todo el cuerpo fue incinerado pues tanto el cerebro como los ojos fueron robados durante la autopsia, sí, como lo lee, sin autorización familiar ¿Quien o quienes lo robaron? ¿Con qué finalidad? ¿Qué ha sido de estos restos? ¿Estamos ante una violación de la ética médica y los derechos de difunto y familiares? ¿Qué nos ha quedado de Einstein, el científico?

[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.

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