Es una de esas frases que afortunadamente en los tiempos actuales nadie pronuncia en sentido literal, salvo que queramos hacer alguna brometa, de mal gusto sí, pero carente de mala intención ni sobre ningún instrumentista en particular. Y no, no estoy pensando en el pianista de Cine de Barrio.
A modo de prefacio
Sin embargo la
expresión está ahí, en el inconsciente colectivo, y no se trata de un invento
popular, tiene una base tan auténtica y sólida como la del aún vigente y actual
‘Se reserva el derecho de admisión’, o la de la, no tan auténtica ni
sólida ni actual ‘Tócala otra vez, Sam’, perteneciente a la mítica
película Casablanca de 1942.
De su calado en la
cultura popular y continuando por la vertiente cinematográfica, sirvan de
referencia la película francesa Tirez sur le pianiste “Tirad sobre el
pianista” de 1960, dirigida por François Truffaut (1932-1984) o la
canadiense Les portes tournantes, “No disparen a la pianista” de 1988,
dirigida por Francis Mankiewicz (1944-1993).
Y ya en terrenos televisivos, a inicios de este siglo XXI, cómo no citar el programa musical homónimo de La 2, que ofrecía actuaciones y entrevistas en directo. Bien, pero, ¿a qué época se remonta el origen de dicha expresión? ¿de dónde procede? ¿quién fue su autor?
Inglaterra victoriana por Salvaje Oeste
Por lo que tengo
averiguado su origen data de la segunda mitad del siglo XIX, nació en el Salvaje Oeste de los Estados Unidos y su autoría es desconocida,
si bien está constatado que quien más contribuyó a su popularización fue un
viejo conocido de estos predios.
Nada menos que el escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés Oscar
Wilde (1854-1900), de quien precisamente hace unos días le escribía acerca
de su maestría a la hora de confeccionar butades en En
torno a apócrifos, seudónimos y butades, pero a lo que
vamos.
Estamos en 1882 y el inquieto dublinés acababa de firmar una gira de lecturas y conferencias literarias a través de los Estados Unidos, lejos de los relativamente tranquilos salones de Oxford, Cambridge y Salisbury.
Y entre ellas, con sus
botines blancos de piqué y su alfiler en la corbata recaló cierto día en una
disertación sobre la ética del arte en la ciudad de Leadville, Colorado; una
cita que por cierto le desaconsejaron a él y a su director de ‘tournée’ por
peligrosa, por muy peligrosa.
Resulta que por
aquellos entonces, Leadville, era un fructífero enclave minero argentífero en
las Montañas Rocosas, donde por razones obvias todo el mundo llevaba revólver y
el dinero y las balas corrían a gran velocidad. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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