jueves, 14 de septiembre de 2023

‘No disparen al pianista’. Epílogo

(Continuación) Es más, ni siquiera solía tener la culpa de que el piano estuviera desafinado, por lo general era propiedad del dueño del local un individuo mal encarado que solía andar parapetado tras la barra con una “recortá” oculta en sus bajos, y a quien nadie se atrevía a chistar por si las moscas.

Otras ciudades, más altercados

Y esto no solo ocurría en Leadville -recuerde el rico yacimiento minero de plata en las Montañas Rocosas, aunque su nombre lo podamos traducir por “Villa Plomo” -ya que la moda de los salones conflictivos-musicales se extendió a otras ciudades.

Por el New York Dramatic Mirror sabemos que unos años después, en 1889 y en la ciudad de Chicago, tuvo lugar un incidente entre un comediante y un pianista en el que el primero disparó al segundo rozándole la mandíbula.

A partir de ese momento Chicago también empezó a exhibir el cartel ‘No disparen al pianista, hace lo que puede’ aunque con dudosa efectividad, pues en sus salones de bailes se siguieron registrando altercados y las balas perdidas, intencionadas o no, siguieron silbando alrededor del pianista o acertando de pleno. Un trabajo peligroso, malos tiempos para la música.

También por la prensa sabemos que esta violencia legendaria con armas de fuego en los salones del Oeste Americano reinó solo unos quince años, desde 1865 hasta que el ferrocarril de Chicago llegó a Texas, y las clásicas rutas a caballo pasaron a ser historia junto con las armas.

Pero como para el negocio salonero la cosa marchaba más que bien, algunos propietarios se plantearon montar en ellos un pequeño escenario, contratar bailarinas y más músicos; el caso es que con la llegada de la modernidad el cartelito mutó en una rejilla metálica y con ella su significado.

Una rejilla metálica y otro significado para el texto

Una que se activaba en cuanto el mal beber hacía acto de aparición -y golpes, puñetazos y objetos varios empezaban a volar a diestro y siniestro, afortunadamente los protagonistas ya no portaban colt en sus cinturas-, protegiendo a los músicos y transformando el escenario en una especie de armazón desde donde podían seguir tocando que era lo suyo.

Para entonces el sentido literal e inicial de la leyenda del cartel -que no era otro que el de animar a los pistoleros a que, de matar a alguien, lo hiciesen entre ellos, pero que se cuidaran de hacerlo con inocentes, sobre todo con el pianista que además animaba con su música la estancia en el local- había perdido vigencia.

Por lo que su significado mutó al que a usted le suena más, uno que nos insta a tener cuidado para no dañar a aquellos inocentes que no intervienen en una pelea a la que son ajenos, no necesariamente física; y como ejemplos no faltan por desgracia en esta vida, con su permiso no entro en detalles.

Por cierto, hablando de detalles, un pajarito azul que suele revolotear sobre mis hombros mientras escribo me pía que esta frase también se atribuye al estadounidense Mark Twain (1835-1910), que como Wilde nunca reivindicó su autoría. Me viene bien porque nunca se debe ‘Matar al mensajero’

[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.

 


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