(Continuación) Sobre el piano o en una pared cercana había clavado un cartel impreso que decía ‘Se ruega al público que no tire sobre el pianista, lo hace lo mejor que puede’, un texto que dice también vio escrito en algunas iglesias, como lo lee.
¿Era en realidad tan
habitual este hecho, como para rogar por la vida del pobre pianista y en sitios
tan dispares? Obviamente así le debió parecer al menos al dramaturgo más destacado del Londres victoriano
tardío, Oscar Wilde, tras su visita en 1882 a los Estados Unidos, o como
tal lo reflejó en su libro Impressions of America que escribió ese mismo
año.
Impressions of America, 1882
Quizás lo hizo por la
frecuencia con la que vio los carteles colgados con las susodichas leyendas
escritas, sintácticamente parecidas a la de la cabecera de más arriba, no solo
en los salones sino también en iglesias y otros recintos pues al parecer
liquidaban también “de manera alegre”, además de a indefensos organistas, a
otros músicos fueran ellos de cuerda o no.
Pero de lo que no hay duda es de que el cartel nació en esos antros, los llamados salones del oeste, donde se juntaban lo mejorcito de cada casa, póngase en situación: vaqueros, cazadores de pieles, soldados, comerciantes, mineros o jugadores de cartas todos juntos y dispuestos a divertirse y a hacer cualquier tipo de negocio legal, dudoso o ilegal, intercambiando oro, mercancías y whisky.
Trocando su codiciado
y sólido oro metálico por el otro oro también codiciado pero éste líquido, el
whisky; vamos el lugar perfecto para que se produjeran altercados y de los
peligrosos, porque le recuerdo iban todos armados con pistolas, bueno todos menos
el pianista que estaba solo para poner algo de ritmo con su piano. Un mal
asunto, para él, claro.
A tiro limpio y con ritmo
Encargado de alegrar los momentos de ocio del personal que acudía al “Saloon” el pianista era, probablemente, el único hombre que no iba armado en la sala y por ello un objetivo fácil; quizás por eso, los propietarios de los locales colocaron el preventivo ‘Por favor, no disparen al pianista’.
Si nos fiamos de lo
que cuentan las crónicas de la época, ser pianista en el oeste era una
profesión de alto riesgo cuando, básicamente, en absoluto tenían la culpa de
nada: ni eran responsable de que las cartas con las que se jugaban estuvieran
marcadas; ni lo eran de la ínfima calidad del whisky que se servía; ni de que
la ruleta estuviera trucada; ni de que a las pobres chicas del can-can les
preocupara más la cartera que el corazón de los clientes.
Por no ser
responsable, en aquellas circunstancias de mal beber de los parroquianos, no lo
era siquiera del mayor o menor talento con el que en aquellos momentos aciagos
pudiera interpretar el Oh, Susana (Oh, Susann / Don't you cry for me), por citarle una
canción. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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