miércoles, 13 de septiembre de 2023

‘No disparen al pianista’. Argumentación

(Continuación) Sobre el piano o en una pared cercana había clavado un cartel impreso que decía ‘Se ruega al público que no tire sobre el pianista, lo hace lo mejor que puede’, un texto que dice también vio escrito en algunas iglesias, como lo lee.

¿Era en realidad tan habitual este hecho, como para rogar por la vida del pobre pianista y en sitios tan dispares? Obviamente así le debió parecer al menos al dramaturgo más destacado del Londres victoriano tardío, Oscar Wilde, tras su visita en 1882 a los Estados Unidos, o como tal lo reflejó en su libro Impressions of America que escribió ese mismo año.

Impressions of America, 1882

Quizás lo hizo por la frecuencia con la que vio los carteles colgados con las susodichas leyendas escritas, sintácticamente parecidas a la de la cabecera de más arriba, no solo en los salones sino también en iglesias y otros recintos pues al parecer liquidaban también “de manera alegre”, además de a indefensos organistas, a otros músicos fueran ellos de cuerda o no.

Pero de lo que no hay duda es de que el cartel nació en esos antros, los llamados salones del oeste, donde se juntaban lo mejorcito de cada casa, póngase en situación: vaqueros, cazadores de pieles, soldados, comerciantes, mineros o jugadores de cartas todos juntos y dispuestos a divertirse y a hacer cualquier tipo de negocio legal, dudoso o ilegal, intercambiando oro, mercancías y whisky.

Trocando su codiciado y sólido oro metálico por el otro oro también codiciado pero éste líquido, el whisky; vamos el lugar perfecto para que se produjeran altercados y de los peligrosos, porque le recuerdo iban todos armados con pistolas, bueno todos menos el pianista que estaba solo para poner algo de ritmo con su piano. Un mal asunto, para él, claro.

A tiro limpio y con ritmo

Encargado de alegrar los momentos de ocio del personal que acudía al “Saloon” el pianista era, probablemente, el único hombre que no iba armado en la sala y por ello un objetivo fácil; quizás por eso, los propietarios de los locales colocaron el preventivo ‘Por favor, no disparen al pianista’.

Si nos fiamos de lo que cuentan las crónicas de la época, ser pianista en el oeste era una profesión de alto riesgo cuando, básicamente, en absoluto tenían la culpa de nada: ni eran responsable de que las cartas con las que se jugaban estuvieran marcadas; ni lo eran de la ínfima calidad del whisky que se servía; ni de que la ruleta estuviera trucada; ni de que a las pobres chicas del can-can les preocupara más la cartera que el corazón de los clientes.

Por no ser responsable, en aquellas circunstancias de mal beber de los parroquianos, no lo era siquiera del mayor o menor talento con el que en aquellos momentos aciagos pudiera interpretar el Oh, Susana (Oh, Susann / Don't you cry for me), por citarle una canción. (Continuará)

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