domingo, 11 de febrero de 2018

La reina que mató a Descartes (eso sí, sin querer)

(Continuación) Aunque en la correspondencia que intercambiaron abordaban otros temas, incluso de carácter personal, la materia de más trascendencia filosófica que trataron fue la relativa al dualismo cartesiano.
Y si bien el tratado Las pasiones del alma (1649) del filósofo francés está inspirado en ella, no parece que hubiera nada más entre ambos, aunque es mucho lo que se ha especulado acerca de la naturaleza de la relación. Lo único cierto es que la princesa admiraba al filósofo por sus ideas y su obra y que éste mostraba una admiración platónica por ella. En dicha correspondencia también se pone de manifiesto que Isabel pudo desempeñar alguna actividad relacionada con las matemáticas en la Universidad de Leiden.
Es durante esta etapa cuando la princesa, que se muestra como una corresponsal inteligente, aguda y sensible, le obliga a precisar las razones y el alcance de algunas de sus tesis más importantes. Un envite femenino a la inteligencia masculina que por desgracia sólo duró seis años.
El motivo no fue otro que la precipitada muerte de Descartes, provocada indirectamente por otra mujer con inquietudes intelectuales. Me refiero claro a la reina Cristina de Suecia (1626-1689) y su fría pero breve historia, por lo que se la cuento.
Cristina y Descartes
Debido a su enorme fama intelectual, el filósofo era continuamente solicitado por todas las cortes de Europa, entre ellas la de Suecia cuya reina Cristina, de quien cuentan que era muy aficionada a la lectura y le gustaba rodearse de filósofos, en 1646 le escribió a Holanda suplicándole que fuera a su corte.
Tras mucho pensárselo, partió hacia Estocolmo en septiembre de 1649, donde fue recibido con los mayores honores y disfrutó de una estancia de lo más agradable, salvo un detalle en principio sin importancia, pero que después se tornó desagradable y, por último, resultó mortal.
Resulta que la reina tenía sus manías e insistía en que las clases de filosofía y matemáticas se dieran a las cinco de la mañana, en la gran biblioteca de palacio que era un destartalado y frío aposento que carecía de calefacción.
Descartes, que era muy educado, nunca le comentó a la reina que odiaba el frío y que rara vez, se levantaba antes del mediodía. Pero los deseos de una reina no se pueden desatender, y las consecuencias para nuestro hombre ya se las puede imaginar pues estaban en pleno invierno.
Tras tres meses de clases el filósofo no aguantó los fríos suecos, enfermó de gravedad y moría el 11 de febrero de 1650 de una dolencia respiratoria con tan solo 53 años. Quizás pulmonía o congestión pulmonar. Una historia breve, ya les avisé. Y triste, ahora lo saben.
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