Se cumplen hoy doscientos cincuenta (250)
años desde que la Royal Society
solicitara al rey Jorge III del
Reino Unido, financiación económica para una expedición científica al océano
Pacífico. Su objetivo principal era el de observar y documentar el tránsito del planeta Venus a través del Sol, que tendría lugar al año siguiente, en 1769.
Dicha solicitud tuvo lugar el 16 de febrero de 1768, que entonces cayó en martes, y fue rápidamente
concedida dada su importancia ya que, entre otros fines, tenía el de poder medir
la distancia que separa a la Tierra
de nuestra estrella.
Un asunto no menor en aquella época, en
la que el tamaño del sistema solar resultaba
ser uno de los mayores enigmas de la ciencia, similar a como lo son en la
actualidad la naturaleza de la materia y
de la energía oscura.
Y es que aunque en pleno siglo XVIII, los
astrónomos sabían de la existencia de seis (6) planetas orbitando al Sol (faltaban por descubrir Urano, Neptuno y Plutón) y
conocían además la distancia relativa teórica entre ellos -por ponerles un
ejemplo, Júpiter está cinco (5)
veces más lejos del Sol que la Tierra-, se desconocía tanto la razón de esos
valores como las distancias absolutas.
A este tipo de cuestiones pretendía dar
respuesta la Royal Society, o eso
esperaba al menos, si es que lograba medir con precisión el tránsito del
planeta Venus por delante del Sol. O lo que es lo mismo, el valor del
desplazamiento de esa especie de pequeña mancha de forma cricular y color negro
azabache medido desde lugares diferentes.
Unos datos que por paralaje -desviación angular de la posición aparente de un objeto,
dependiendo del punto de vista elegido- posibilitaría a los astrónomos el
cálculo de la distancia a Venus, las
distancias de los demás planetas conocidos basándose en sus órbitas relativas y,
por ende, el tamaño del sistema solar.
No obstante había un par de problemas.
Uno, que estos tránsitos venusianos se producen muy de vez en cuando, de hecho
tienen lugar de dos en dos, con unos ocho (8) años de diferencia y no vuelven a
suceder hasta, aproximadamente, ciento veinte (120) años después.
Y dos, que ya en 1761 un equipo
internacional había intentado el cálculo, pero las condiciones meteorológicas y
otros factores habían dado al traste con la realización de buenas mediciones y
la obtención de datos exactos.
De modo que si esta expedición
fracasaba habría que esperar hasta la siguiente oportunidad en el año 1874 y,
naturalmente para entonces todos calvos, ya saben a qué me refiero.
Cook y Endeavour
De ahí la importancia de la observación
de este tránsito planetario que se haría desde Tahití, y la urgencia de la
expedición que finalmente partió del puerto de Plymouth el 12 de agosto de
1768, a bordo del HM Bark Endeavour, estando al mando militar de la misma el teniente
James Cook, a pesar de que realizaba
su primer viaje como comandante de una nave.
A pesar digo y, añado ahora sin embargo,
obvia, pues se trataba no sólo de un marinero excepcional sino también de un astrónomo que, además, había observado para la Royal Society el anterior tránsito en Canadá.
Siguiendo la ruta prevista desde
Inglaterra navegaron el Atlántico Sur, doblaron el cabo de Hornos y continuaron
hacia el oeste por el Pacífico, llegando a Tahití el 13 de abril de 1769, a
tiempo para la observación, prevista para el 3 de junio de 1769.
Pero antes mientras esa fecha llega, queda
algo más de un año, y se convierta en unos de esos “días que cuentan”, nos
centraremos en un par de detalles relacionados con el marino y con el barco.
(Continuará)
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