martes, 30 de enero de 2018

Amor, no me quieras tanto (y 2)

(Continuación) Un ataque visceral de celos, rabia desatada, dolor incontrolado, humano abatimiento y muerte de amantes. Una extraña cruz de navajas que se inicia cuando los alterados sentidos corporales del  celoso llegan a poner en duda que la realidad sea tal como aparece, y no como él cree.
En ese caso el fatal desenlace sobreviene si la desconfianza del celoso es mayor que su sospecha y no se fía ni de lo que ve, ni de lo que oye, ni de lo que le dicen. Su trastorno afectivo ha alcanzado un grado patológico tal, que termina por ahogarlo y es que en estos casos, sin duda, el celoso no lo es por lo que ve, no. Con lo que se imagina, basta.
Hay celos y celos
Entendidos como una respuesta a lo que percibimos como un peligro para una relación que valoramos, los celos son normales y resulta del todo comprensible el tormento por el que pasa una persona, al percibir una amenaza sobre su vida en pareja. De hecho el gran Descartes aseguraba que los celos son una forma del miedo, relacionada con el deseo de preservar una posesión. Algo que en su justa medida es natural.
Que al principio ciertas sospechas nos hagan estar en permanente vigilancia de los movimientos, gestos, actitudes, miradas, risas y llantos de la persona amada, se entiende. Que las malas hierbas de la desconfianza empiecen a estrangular la savia de nuestros afectos, se comprende. Ambos son comportamientos normales. 
Pero que la desconfianza subjetiva esté por encima de la objetividad de las pruebas, eso no se puede (debe) admitir de ninguna de las maneras. No, porque es un comportamiento patológico el que intenta encontrar, mediante la razón, una prueba que justifique sus celos irracionales. Visto así son la irritación de la falsa vanidad, estos celos aberrantes.
En la cosa ésta de los celos, quizás convenga recordar un pasaje de La condición humana de A. Malraux, aquél en el que el personaje femenino revela a su marido una aventura amorosa de la que ha sido protagonista y ante su ataque de celos, ella le replica: “Yo no te pertenezco ni soy algo que poseas. Soy libre. Estoy a tu lado porque te prefiero al otro, y a cuantos he conocido íntimamente. Te he escogido”. Unas palabras que suscribo.

El amor sólo puede ser fruto de la libertad y los celos no son más que la cadena perpetua a la que lo condenamos. Así pienso al respecto. Sin embargo también les confieso que lo mío no es más que una forma de hablar pues, en el fondo, confío en no verme nunca en la situación de tener que asumirlo.
No olviden que los celos son consecuencia del amor y, nos guste o no, existen. Qué quieren que les diga, también tengo mi ración de amor propio. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.


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