(Continuación) Un estimulante del sistema nervioso central, la tal cafeína,
que en los humanos produce un efecto temporal de restauración del nivel de
alerta y eliminación de la somnolencia.
Desde el punto de vista químico la cafeína es un alcaloide del grupo de las
xantinas, que actúa como una droga
psicoactiva y del que ya hemos escrito algo a lo largo de estos años, por lo
que no insisto ahora.
Les decía en la entrada anterior lo de la ingesta prehistórica de la
cafeína porque en realidad, de sus más potentes efectos cuando está diluida en
agua caliente no se supo hasta mucho, mucho, después. Pocas culturas habrá en
la historia de la humanidad, que no se hayan atribuido en forma de leyenda, el
estimulante y cafeínico descubrimiento, sea éste en estado sólido o en
disolución.
Entre todas ellas, la más conocida y difundida acerca del origen del café
quizás sea la leyenda de las cabras locas y el pastor.
Del
pastor y las cabras locas
Habla de un supuesto sucedido que tuvo lugar allá por el Año del Señor del 800
en tierras montañosas de la actual Etiopía, en el conocido como Cuerno de
África. Uno que aconteció a un pastor de cabras llamado Kaldi quien, por lo que
cuenta el cuento, un día observó un extraño comportamiento de sus cabras cuando
comieron de los frutos de unos arbustos.
Un extraño comportamiento porque las cabras, de natural tranquilo, tras la
ingesta de los frutos se ponían a correr enloquecidas, se daban golpes unas
contra otras, se levantaban sobre sus patas traseras, balaban de manera
frenética y parecían haber perdido el sueño durante horas. Vamos que las cabras
se habían vuelto locas.
Los frutos comidos eran unas bayas rojas que tras ser ingeridas, y eso a la
vista estaba, las estimulaban y excitaban haciendo que se movieran con mucha
más vitalidad y energía. Vamos que las colocaban en un sorprendente y elevado
estado de euforia, que les duraba durante cierto tiempo y les hacía parecer pues
lo dicho.
Ya saben lo que dice el dicho, más loca que una cabra. Pues eso.
Naturalmente el pastor sumó uno más uno y probó curioso las susodichas
bayas que, al parecer según la leyenda, encontró demasiado amargas por lo que,
aquí hay versiones, tiró al fuego el resto. Para su sorpresa, pasados unos
minutos, comprobó que un intenso y agradable aroma provenía del fuego, y que
las bayas rojas ahora mostraban un color marrón.
El resto es historia y como seguro se imaginan, no faltan intrahistorias
que intentan explicar cómo el hombre pasó de masticar las bayas en estado
sólido, a beberlas en forma de infusión. Y con este simple cambio, empezar la
historia del café como bebida energizante y estimulante para el hombre.
Una
reacción de vitalidad que una vez más el hombre, en este caso el pastor Kaldi,
aprendió de unas cabras, como antes otros hombres hicieron lo mismo de otras
cabras que le mostraron las extraordinarias propiedades de: el frijol de
mezcal, el khat, algunas setas, y ahora el café.
Y aunque no existen pruebas científicas ni datos históricos documentados acerca
del lugar o la época del descubrimiento de este último, de lo que parece no
haber ninguna duda es que su consumo empezó en Etiopía.
Algo es algo, pero esa es otra historia que habrá que contar en otro
momento.
Moraleja
La que nos ha traído aquí estos días, de entrada nos previene sobre las
cabras. Por lo visto, de largo, son los animales más viciosos, los más
drogadictos que conocemos, y es que le hacen a todo. Por ellas además, hemos
descubierto numerosas sustancias adictivas que luego hemos consumido y a las
que algunos, por desgracia, se han sometido.
Sin duda de la cabra hay que huir como de las malas compañías, o al menos
no frecuentarlas mucho. En cualquier caso, da que pensar.
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