Y esta es una característica, me refiero a la de la ambigüedad, que
es inadmisible en ciencias.
De modo que la UAI se puso manos
a la obra para deshacer ese inicio de caos, en el cosmos del nomenclátor,
consiguiendo estandarizar un catálogo que facilitara la tarea de nombrar a las
estrellas.
Y en este quehacer de nombrarlas, desde el inicio del conocimiento
científico tal como lo conocemos en la actualidad, el hombre ha inventado varias
maneras de hacerlo.
Para los intereses de estas entradas paso a exponerles una terna de ellas:
la denominación de Bayer, el sistema de Flamsteed, la nomenclatura del
telescopio, etcétera.
Denominación
de Bayer
Es un sistema para nombrar a las estrellas que estableció a principios del
siglo XVII, el astrónomo alemán Johann
Bayer (1572-1625) y que con pequeñas variantes se sigue utilizando en la
actualidad, cuatro (4) siglos después. O sea que bien.
Es muy simple pues está basado en el uso combinado del nombre en latín de la constelación
a la que pertenezca la estrella y las letras
del alfabeto griego. Además la forma de hacerlo es de lo más sencillo.
Basta con asignar a la estrella más
brillante de cada constelación la letra α, seguida del genitivo latino del nombre de la constelación. Por poner un ejemplo
sirva el de α Lupi, la estrella más
brillante de la constelación Lupus
(el Lobo).
Y así, sin solución de continuidad, según sus brillos o magnitudes aparentes
decrecientes, se nombra a la siguiente en brillo con la letra β, a la siguiente
con la letra γ, eso sí, con las letras del alfabeto griego en minúscula.
Seguro que les suenan en la constelación Andrómeda las estrellas Alpha
Andromedae y Beta Andromedae. O
en la Crux, las Alpha y Beta Crucis. Y en
la Centauro, las Alpha y Beta Centauris.
Por supuesto que esta nomenclatura tiene dos límites. Uno cuantitativo que lo
impone el número de letras que componen el alfabeto griego (se acabará cuando se
acaben estas), pero mientras tanto vamos tirando.
Y otro cualitativo, resulta que hay que saber algo de latín y sus
declinaciones para comprenderla del todo ¡Ay, de mi latín!
Declinando que es gerundio
Pero a poco que se piense, a cambio de este pequeño esfuerzo, no es poco el
problema que nos quitamos de en medio, al no tener que nombrar cada estrella de
forma individual. Con los quebraderos de cabeza y la confusión que este método puede
conllevar.
Porque además no debemos olvidar que también están los planetas que orbitan a esas estrellas y a los que hay que nombrar
junto con sus satélites, sin dejar
de lado por supuesto otros cuerpos celestes menores, pero merecedores de
mención.
Lo dicho. Toda una pesadilla de dimensiones astronómicas, a la que el
sistema de Bayer pone remedio. Al menos en buena medida porque, aunque sigue
vigente hoy en día, con él sólo se han nombrado unas mil quinientas (1500)
estrellas.
Les digo el número porque, ya a simple vista podemos contar cientos de
ellas, pero se estima que puedan existir billones y billones de ellas, que por
supuesto no podemos contar. Es evidente que la UAI no erró al elegir el sistema de Bayer.
De acuerdo que es algo simple en su conformación, pero sin duda es
tremendamente eficaz y burocrático. Unas cualidades que no fueron óbice para
que, con el paso del tiempo, le surgiera un competidor.
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