Les
supongo al tanto. Existe una corriente de pensamiento que concibe el relativismo cultural como un principio
afirmador según el cual, todos los sistemas culturales son intrínsecamente
iguales en valor.
Tan
iguales dice que son, que sus rasgos característicos deben ser entendidos y
evaluados, sólo, en el contexto en el que aparecen ¿Cómo lo ven?
Lo
cierto es que leído del tirón, y en apariencia, tiene la pinta de ser una idea
reveladora de una cierta modernidad. De ser una especie elaborada de sabiduría
antropológica, en principio, totalmente asumible y defendible por cualquier
persona que se precie de tener raciocinio y moral.
En
cierto modo, de manera ingeniosa, ya lo expresó el antropólogo y etnólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009), en su
exitosa frase: “Salvaje es quien llama
salvaje a otro”, y para él no parece haber la menor duda.
Todos
los sistemas culturales deben ser respetados por los demás y tener el mismo
nivel de aceptación. Y hasta aquí, sigo del tirón, poco que objetar. Resulta evidente
que todas las pautas culturales deben ser dignas de respeto, pues todas son,
intrínsecamente, iguales en valor.
Sin
embargo, voy ahora de frenada, ¿qué sentido le damos a esa igualdad en valor? ¿De
qué valor hablamos? ¿Se trata del religioso, del económico, del moral, del
estético, del ético?
Para
lo que les quiero contar -ver la trágica trampa en la que se convierte el
relativismo cultural- me voy a quedar con este último, con el valor ético.
Y según lo apuntado, en la actualidad es evidente que debe ser admisible y sostenible
cualquier comportamiento cultural, aunque se le esté observando desde el
terreno de la ética.
Ya pero, ¿tiene esta evidencia rango de prueba? ¿Cómo
saberlo?
Para
casos como éste no hay mejor método para salir de dudas, que el principio de falsacionismo del filósofo
austro-británico Karl Popper (1902-1994). Y si lo aplicamos, créanme, éste nos
dice categóricamente que No. Se lo ejemplifico con uno de esos comportamientos.
Seguro
estoy que les suena ese informe de hace ya un tiempo, publicado por Amnistía Internacional y en el que se
detalla la existencia de muchas culturas para las que la mutilación genital femenina, no es más que una pauta cultural
normal.
Normal
quiero pensar, por lo que de corriente y frecuente resulta en ellas. Porque los
“razonados” argumentos que emplean para su validación, de normales no tienen
nada. Nada de nada.
Amén
de que no pueden ser más falaces y variados aunque, eso sí, comunes a casi
todas las culturas que la practican. Al César lo que es del César (Continuará)
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