sábado, 27 de octubre de 2012

Rosalind Franklin. Un futuro prometedor

Nacida en el seno de una rica familia judía londinense, Rosalind Franklin (1920-1958), con tan solo quince años, decidió estudiar Física. Una idea que no terminaba de agradar a su padre, quien se negaba a costearle esos estudios.

Al fin y al cabo, ninguna chica de aquella época, primera mitad del siglo XX, lo hacía.

Sencillamente no estaba bien visto que una señorita estudiara en la universidad. Total. Para qué, debían pensar.

Por suerte no todos en la familia pensaban igual. Y fue gracias a la colaboración de tía Mamie, que se pudo matricular en Cambridge, licenciarse en 1941 e iniciar su doctorado en química y física molecular.

No hay duda que ella vio en la joven, lo que a los demás pasó desapercibido. Mujer lista la tal Mamie, que dijo en cierta ocasión de su sobrina: “Es alarmantemente inteligente, se pasa el día haciendo problemas de aritmética por diversión”.


Y no andaba descaminada. Antes de cumplir los veintiséis, Rosalind, ya había publicado cinco experimentos sobre la composición molecular del carbón. Tia Mamie ya lo había avisado.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial (SGM) se marchó a París, donde permanece tres años. Se especializa en cristalografía, experimentando con rayos X. Bueno también experimenta su primer amor, pero sin especializarse. Qué quieren.

Se enamoró platónicamente de su jefe. Pero de ahí no pasó. Al parecer, el buen hombre ni se enteró. Amor teórico y física experimental. Una vivencia algo descompensada.

En el King’s College de Londres
En 1951 es contratada por el King’s para investigar sobre células vivas. Supone una vuelta a casa que, sin embargo, no resultó agradable para Rosalind. De entrada en el nuevo trabajo no empezó con buen pie. Todo se debió a un sorprendente malentendido administrativo.

Ella creyó que era la directora del proyecto y que su compañero de trabajo, Maurice Wilkins (1916- 2004), estaba a sus órdenes. Mientras que él pensaba todo lo contrario. El malentendido derivó en antipatía mutua y el trabajo en grupo se terminó revelando, poco menos que, imposible.

Una circunstancia que posibilitó que fuera ella sola, quien realizara uno de los descubrimientos más importantes del siglo XX. En 1952, escribía en su cuaderno de laboratorio que la estructura del ADN estaba formada por dos cadenas.

Dicho en otras palabras, que el ADN existía en dos formas. Además tenía pruebas.

Había logrado sacar la primera radiografía de la famosa doble hélice, con sus grupos fosfatos por fuera (la famosa fotografía 51). Incluso había calculado varios parámetros de la hélice, como la medida de la unidad celular más pequeña del cristal de ADN o su período de repetición.

Casi todo lo que había que descubrir, vamos.

Pero la tensión profesional con Wilkins no era lo único que hacía que Rosalind no estuviera cómoda en el King’s. Se trataba de una institución en la sólo trabajaban ocho mujeres y ninguna de ellas era judía. En aquellos tiempos era una universidad, predominantemente, católica.

De modo que estaba sola en lo profesional y, en lo religioso, se sentía aislada. Una situación difícil de sobrellevar. Así que no se lo pensó y, sin acabar la investigación, decidió trasladarse al Birbeck College.

Aquí investigó la estructura de los virus en mosaico del tabaco y de la poliomielitis. Un cambio en lo profesional que trajo consigo otro en lo personal. Se encuentra de nuevo con el amor. Y éste no es platónico. (Continuará)


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