domingo, 21 de octubre de 2012

CUADRO VIRGEN DE LOS MAREANTES (I): PINTURA de CRISTÓBAL COLÓN (y 2)


(Continuación) Tres cuartos de lo mismo pasa cuando estamos en la costa y contemplamos un barco que se aleja de ella. Lo primero que desaparece de nuestra vista es la parte inferior (el casco), luego la superior (mástiles y velas), hasta que al final ya no vemos nada del barco.

Esto no sería así si la Tierra fuese plana pues entonces, aunque se alejara, veríamos el barco al completo siempre, sólo que cada vez más pequeño debido a la distancia.

Y por último los espaciales. El Sol y la Luna, los dos cuerpos celestes que mejor podemos observar, son esferas ¿Por qué razón no lo iba a ser también la Tierra? Recuerden la ley de la economía del universo.


Otro ejemplo espacial son los eclipses lunares, que se producen cuando la Tierra se interpone exactamente entre el Sol y la Luna. En ella podemos ver con claridad la forma de arco de la sombra de la Tierra sobre su superficie. Una prueba más de su esfericidad.

Bueno, pues como pueden ver, evidencias no faltan. Estas cosas suelen suceder. Cuanto más original es un descubrimiento, más obvio parece después. Nuestro planeta es esférico.

Otra cuestión es saber su tamaño. Y de ese asunto se encargó un griego sabio, Eratóstenes de Cirene (273-194 a.C.)


“La Tierra es esférica” Eratóstenes (Quod erat demonstrandum, QED)
La demostración tuvo lugar en una época en la que se inicia el predominio de la ciudad de Alejandría sobre la de Atenas. Unos tiempos convulsos en los que nace un nuevo tipo de astrónomo.

Se trata de un cuasi científico que desarrolla ya un verdadero programa de investigación. Un programa que valora la observación sistemática y cotidiana, basada en instrumentos que, ellos mismos, inventan y desarrollan.

Eratóstenes de Cirene (273-194 a.C) se dio cuenta que la Tierra era esférica al observar que, en el mismo día del año y a la misma hora, un obelisco situado en la ciudad de Siena no hacía sombra, mientras que otro situado en Alejandría sí lo hacía.

Desde su punto de vista, la explicación no podía ser otra que la misma esfericidad de la Tierra, que hacía que los rayos del Sol llegaran con diferentes ángulos a las dos ciudades.

Además, utilizando la trigonometría, fue capaz de calcular el tamaño de la Tierra que llegaba a producir tal diferencia. Para ello se valió de la medida de distintas longitudes de sombras de objetos en diferentes latitudes.

Así determinó el valor de la longitud de la circunferencia máxima de la Tierra en cuarenta mil kilómetros (40 000 km). Un cálculo de notable exactitud ya que, en la actualidad, se considera que es de cuarenta mil sesenta y siete con noventa y seis kilómetros (40 067,96 km) en el Ecuador.

Es decir, cometió un error absoluto por defecto de 68, al medir un total de 40 068. Lo que significa que tuvo tan solo, un 0,17% de error relativo. un auténtico prodigio empírico. Y eso dos siglos antes de Cristo. Sin telescopio siquiera.

Sólo con ingenio y matemáticas. Increíble, pero cierto.

Con razón, la medida de la circunferencia de la Tierra está considerado uno de los experimentos más bellos de la Física. Una temática, ésta de los experimentos, que ya hemos enrocado.

No. No hay duda. Nuestros antepasados griegos sabían a la perfección la forma de nuestro mundo. Unos conocimientos científicos extraordinarios que, es cierto, fueron olvidados en Europa durante la Alta Edad Media (siglos V-XI).

Pero por fortuna esto no ocurrió en el mundo árabe, que los preservó. Ni en el chino, que incluso los desarrolló y amplió, hasta que, de nuevo, regresó a Europa durante la Baja Edad Media (siglos XI-XV).

Luego no aciertan los que dicen que, a lo largo del medioevo, se había perdido todo el conocimiento de la antigüedad. No.

Sólo cayó en desuso durante ese tiempo y en determinados grupos sociales.

Pero en la época de Colón, todas las personas cultas y los profesionales de la navegación sabían que la Tierra no era plana sino, más o menos, esférica. Sobre ese punto no había discusión. Otra cuestión era su tamaño. Ahí sí había discrepancias

Este pensamiento sobre la forma plana de nuestro planeta, que según algunos autores tenían nuestros antepasados del medioevo, no es en realidad más que una leyenda urbana que, para más inri nació bastantes años después.

Se trata del mito de la tierra plana que, de alguna forma, tiene que ver con Sevilla y con un señor estadounidense vinculado a estas tierras. Seguro que le suena su nombre, Washington Irving.

Una pequeña historia paralela a ésta científica-sevillana que nos trae, y que en la próxima entrega les cuento, asociándola al reconocimiento que, en forma de placa, la ciudad de Sevilla le hizo al hispanista.

Hasta entonces.


2 comentarios :

Anónimo dijo...

Ya era hora que lo continuara. Debería de publicarlos todos seguidos. Es una opinión. Enhorabuena por el blog

Anónimo dijo...

Para cuándo la continuación