Han de saber que se trata de la pintura más antigua que se conoce sobre el descubrimiento de América y que, en realidad, en ella aparecen otros personajes y motivos pictóricos.
Se encuentra en la Capilla de la Sala de los Almirantes en los Reales Alcázares de Sevilla y lleva por título Virgen de los Mareantes o de los Navegantes.
Fue pintado entre 1531 y 1536 por Alejo Fernández (1475-1545), pintor del Renacimiento español, de origen alemán y destacado miembro de la Escuela sevillana.
Es un óleo sobre tabla, cuyo contenido pictórico está dividido en dos partes.
En la inferior se representa el mar decorado con navíos, un elemento que, al decir de los expertos, supone una novedad dentro de la tradición en temas marianos.
Y en la parte superior, la Virgen acoge bajo su manto una serie de devotos personajes, retratos de personas sobresalientes en la empresa de la conquista de América.
Entre ellos Fernando II de Aragón y el emperador Carlos V (con capa roja) junto a, supuestamente, Cristóbal Colón (en primer término a la izquierda), Américo Vespucio y uno de los hermanos Pinzón, que se muestran arrodillados.
Todos ellos implicados de una forma u otra en el descubrimiento de América y la redondez y tamaño de la Tierra. Que ésa es otra.
¿Qué sabía de forma cierta el navegante, acerca del tamaño de nuestro planeta? ¿Cómo era para él la Tierra, plana o esférica? ¿Descubrió Colón un Nuevo Mundo, en realidad, por error?
Empecemos por el principio.
“La Tierra es plana”
Para todas las culturas anteriores a la griega, esta idea sobre la forma plana de la Tierra era la verdadera. Una concepción errónea por supuesto, pero que no nos debe producir asombro. Si lo piensa, salvo pequeñas irregularidades de su superficie, como las montañas o los valles, se trata de la hipótesis más razonable.
Así lo fue para los egipcios, que imaginaron el universo como una gran caja rectangular. O para los hindúes, que concebían la Tierra como una gran galleta apoyada en cuatro pilares.
Incluso los griegos, al principio, la imaginaban también plana. Hecateo de Mileto (siglo VI a.C.) la suponía como un disco circular de unos ocho mil kilómetros (8 000 km) de diámetro.
Hasta aquí de lo más normal. A la vista está. No se puede observar de ninguna forma, la curvatura de su superficie. Es más. Si la Tierra fuera esférica, al viajar hacia el Sur, la gente caería hacia abajo, al espacio abierto. Y eso no ocurre.
No. La Tierra es plana. Tiene que ser plana.
Por eso resulta realmente extraordinario que, esos mismos griegos antiguos, pudieran llegara a comprender que la Tierra es redonda, mejor dicho, esférica. Y lo hicieron cumpliendo los primeros pasos esenciales en todo proceso científico:
a) observación atenta, crítica y racional de los fenómenos,
b) formulación de interrogantes y
c) planteamiento de hipótesis.
“La Tierra es esférica” Aristóteles dixit
Aristóteles, hacia el 350 a.C., recopiló una serie de pruebas objetivas sobre dicha esfericidad. Si se piensa bien, hay muchos detalles que así nos lo indican. Entre ellos les traigo un par terrestres, otro marítimo y, dos más, aéreos. Como quien dice por tierra, mar y aire. Veamos:
Si se marcha por un llano, observamos que las montañas van apareciendo al fondo, emergiendo poco a poco de él. Pero si la Tierra fuera plana, las montañas no surgirían así. Estarían siempre ahí. Su perfil sería siempre el mismo, sólo que más grande.
Igualmente ocurre cuando, en un terreno despejado, miramos a nuestro alrededor y vemos algunos objetos en el horizonte. Pero si elevamos nuestra altura subiéndonos a un árbol, una casa o una colina, entonces, podemos ver muchos más objetos. Unos que antes no divisábamos, pero que estaban ahí.
Otra prueba de la redondez terráquea. (Continuará)
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