(Continuación) Así que adiós bombillas
halógenas, adiós, les decía el pasado viernes, y con la expresión otro clásico de la iluminación que se nos va. Qué cierto
es que no somos nadie, pero no lo es menos que no por ello debemos de
entristecernos.
No porque lo que viene tiene toda la pinta de ser mucho mejor, o eso
creemos o queremos creer. Y como bien saben, la candidata con más ventaja para
coger el relevo ya tiene apellido, se trata de la lámpara de LED.
En cualquiera de los casos y antes de proseguir, ¿qué sabemos de las ya
casi obsoletas halógenas?
Una
bombilla halógena no es más que una clásica ‘evolucionada’
Tal como lo leen y me explico. Si bien los
primeros intentos para fabricarlas datan de finales del XIX, no fue hasta
mediados del siglo siguiente cuando surgieron las primeras aplicaciones
prácticas, allá por 1959.
Una de las intenciones era que, con el
tiempo, sustituyera a la clásica incandescente
que inventada en 1879 -mismo año en el que nace el físico relativista Albert Einstein- y tras ciento treinta
y tres (133) años de comercialización, “murió” en 2012.
Lo hizo cuando la Unión Europea decidió
prohibir su fabricación para sustituirla por opciones más eficientes y
sostenibles, una de las cuales eran las halógenas que, por decirlo de forma
breve, no son más que un paso evolutivo de la incandescente tradicional.
Recuerden que éstas en su interior llevaban un filamento de tungsteno y un gas inerte, pues bien las halógenas llevan también una
pequeña cantidad de un gas halógeno,
por lo general yodo I2 o bromo Br2, lo que permite
alcanzar un equilibrio químico en el
interior.
Química de la lámpara o el ciclo del halógeno
Como seguro sabe las lámparas incandescentes normales con el paso del
tiempo van alumbrando cada vez menos, lo que desde el punto de vista técnico se
conoce como una disminución significativa del flujo luminoso.
Una disminución que se debe, de un lado, al
ennegrecimiento del vídrio de la ampolla, motivado por la condensación sobre la superficie interna de la misma, de las
moléculas de wolframio (W) que se han evaporado del filamento debido
a su alta temperatura. Y de otro, a la pérdida de masa que experimenta dicho filamento con la evaporación y que le hace iluminarse cada vez menos.
Pues bien, la misión del gas halógeno introducido
no es otra que la de reaccionar con el metal, también llamado tungsteno, del filamento evaporado debido a su incandescencia y reintegrarlo a él. Con ello matamos dos pájaros de un tiro, pues evitamos que
se ennegrezca la superficie del vidrio
y que se debilite el filamento, así que miel sobre hojuelas.
Un ciclo de reacciones que mejora la
conservación química del filamento y aumenta su vida útil, pero que apenas incrementa
el rendimiento luminoso de la bombilla, comparado con las incandescentes
clásicas. Abro paréntesis.
(Continuará)
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