(Continuación) O los pronunciamientos
de los médicos, poetas y filósofos andalusíes Ibn Khatima (1324-1369) y Ibn
al-Jatib (1313-1374), cuando la peste
negra (peste bubónica) alcanzó al-Ándalus en el siglo XIV, sobre el
hecho de que las enfermedades infecciosas eran causadas por entidades
contagiosas que penetraban en el organismo humano. Todo un alarde de videncia
microscópica.
Sin embargo, por obvios y evidentes motivos
científico-técnicos, dichas entidades bióticas no pudieron ser observadas e identificadas
hasta bien avanzado el siglo XVII.
En concreto lo realizó en 1683 el comerciante
holandés Anton van Leeuwenhoek
(1632-1723), utilizando un
microscopio de lente simple que había diseñado él mismo. Por su diminuto
tamaño las bautizó con el término de animálculos y se apresuró a
comunicarlo en una serie de cartas que envió a la Royal Society de Londres.
No en vano el neerlandés es conocido y
reconocido en toda la comunidad científica, y con razón, como el ‘padre de la microbiología’.
Paréntesis bacteriano. Desarrollo
Por completar el inciso, que no ha
salido tan breve como me lo planteé ayer, digamos que este organismo unicelular, la bacteria,
es el más simple y abundante de todos los que conocemos y puede proliferar en ambientes
de lo más diversos: tierra, agua, materia orgánica, plantas y animales.
Y su importancia en los ecosistemas
terrestres es vital ya que forma parte de numerosos ciclos naturales (nitrógeno,
carbono, fósforo), siendo extraordinaria su capacidad para transformar
sustancias orgánicas en inorgánicas y viceversa.
Porque no conviene olvidar que la
mayoría de las bacterias son benignas e incluso necesarias, y de hecho son
simbiontes en los seres humanos y otros organismos donde proliferan. Sólo por poner unos ejemplos, en el tracto
digestivo bullen alrededor de unas mil especies bacterianas encargadas de sintetizar
diversas vitaminas como el ácido fólico,
la vitamina K y la biotina.
Y otras muchas especies son casi
imprescindibles en la descomposición de la materia tanto animal como vegetal. Una
labor que se complementa con el hecho de que esta flora intestinal, sólo con su
mera presencia inhibe el crecimiento, por exclusión competitiva, de bacterias
potencialmente patógenas para el organismo humano.
Y naturalmente lo que ya sabe. Hacen fermentar los carbohidratos complejos
indigeribles y convierten los azúcares de la leche en ácido láctico, como es el caso de las Lactobacillus, lactobacilos o bacterias del ácido
láctico.
Un género de bacterias Gram positivas anaerobias aerotolerantes, en el que la
mayoría de ellas convierten a la lactosa
y a algunos monosacáridos en ácido
láctico, estamos hablando de la fermentación
láctica. (Continuará)
1 comentario :
muy completo y bien explicado
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