Al año siguiente, Mary Somerville, realiza un segundo viaje a París. Es el respaldo a su, cada vez más, sólida carrera científica.
En 1834 publica ‘The Connection of the Physichal Sciences’, una visión del mundo físico a través de una explicación matemática que evitaba, en la medida de lo posible, el uso excesivo de fórmulas o símbolos matemáticos.
Algo nada fácil pero que fue todo un éxito divulgador y editorial, ya que conoció hasta nueve (9) ediciones. Y estamos hablando de un libro de divulgación científica a comienzos del siglo XIX.
Ese mismo año se instala en Italia, donde continúa sus estudios de astronomía.
Realizó unos cálculos relativos a la existencia de un posible planeta que fuera la causa de las perturbaciones que se observaban en la órbita de Urano.
Como es sabido, estos datos posibilitaron la localización de un nuevo planeta, Neptuno, por el astrónomo y matemático inglés John Adams (1819-1892). Cuerpo celeste que, con el número ocho (8), cierra el listado de planetas mayores de nuestro sistema solar.
Adiós Plutón.
En reconocimiento a estos trabajos fue nombrada, junto con Carolina Herschel, Miembro Honorario de la Real Sociedad de Astronomía, recibiendo una pensión vitalicia de doscientas libras (200 £).
Ya sabe por las entradas de la Herschel, que fueron las primeras mujeres en recibir tal honor, reservado hasta entonces sólo a los hombres. Bueno, en puridad, habría que decir que fue un honor a medias.
La Somerville, como mujer que era, no podía acudir libremente a dicha sociedad si antes, no recibía una invitación expresa. Recuerden lo de las formas. Hubo que esperar algo más de un siglo, hasta 1945, para que las mujeres fueran admitidas como miembros en dicha asociación.
En fin.
Sin embargo ella siguió siendo galardonada con otras muchas distinciones, de diferentes sociedades científicas de toda Europa.
Dos matrimonios y cuatro hijos no fueron óbice para que se convirtiera en la mujer más extraordinaria de Europa y fuera reconocida como tal.
Reina de las Ciencias del siglo XIX
En 1848, con sesenta y ocho (68) años publica ‘Physical Geography’, un manuscrito que estuvo a punto de quemar pero que, afortunadamente, entre su marido y John Herschel lo impidieron, al convencerla para que no lo hiciera. Inicialmente criticado por su enfoque evolucionista, dada su calidad científica, fue utilizado como libro de texto durante décadas.
En 1865, Mary, cae en una fuerte depresión tras las muertes seguidas de su marido y uno de sus hijos. Es entonces cuando sus hijas, que la conocen, la animan a que inicie un nuevo proyecto científico.
Vive entonces en Nápoles y, con ochenta y cinco (85) años, comienza a escribir un nuevo libro, ‘On Molecular and Mycroscopic Science’.
Se trata de una aproximación a la composición de la materia, el concepto de calor y las partículas microscópicas.
El texto incluía diagramas de los experimentos de Ernest Chladni, con los que había entrado en contacto por primera vez en 1817, en su primer viaje a París con su primo-esposo.
A pesar de su avanzada edad cuando, en 1869, el filósofo y economista inglés John Stuart Mill (1806-1873) elaboró su manifiesto ‘El sometimiento de la mujer’ en el que reivindicaba la participación política de las mujeres y su derecho a la educación, Mary Somerville fue de las primeras personas en firmarlo.
Una mujer anticipada a su tiempo.
A los noventa (90) años recibió la medalla de oro de la Real Sociedad Geográfica Victoriana. Para entonces, su gran amigo John Herschel ya había muerto también.
Es cuando decide, con la ayuda de sus hijas, escribir sus memorias. En ellas explica su visión filosófica del mundo, su actitud ante la ciencia y la investigación y el papel de las mujeres ante el trabajo científico.
La muerte le sorprende en Italia, con noventa y dos (92) años, leyendo una memoria del matemático, físico, y astrónomo irlandés William Hamilton (1805-1865) sobre esa extensión de los números reales, similar a la de los números complejos, que conocemos como cuaterniones o cuaternios. Que se dice pronto.
Inconcebible capacidad la de esta mujer.
A su muerte, en todos los periódicos ingleses se escribieron artículos de reconocimiento a su vida y obra. Muchos de sus amigos y admiradores hicieron una petición colectiva, para que fuera enterrada en la abadía de Westminster.
No fue atendida.
Años después de su muerte, la Royal Society decidió situar un busto suyo en su hall principal. Mary Somerville nunca lo pudo contemplar. En su autobiografía escribe:
“Tengo 92 años..., mi memoria para los acontecimientos ordinarios es débil pero no para las matemáticas o las experiencias científicas.
Soy todavía capaz de leer libros de álgebra superior durante cuatro o cinco horas por la mañana, e incluso de resolver problemas".
Se comprende que quienes tuvieron la suerte de conocerla y el diario The London Post, tras su muerte, se refirieran a ella como “La reina de las ciencias del siglo XIX”.
Estarán conmigo. La ciencia tiene nombre de mujer.
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