martes, 9 de septiembre de 2014

Crítica de Lucy (y II)


(Continuación) Les dejé con lo de las increíbles habilidades, vamos superpoderes, como los de lanzar por los aires a los malos malotes, aprender idiomas, acceder a los más recónditos recuerdos de su memoria, ver conversaciones telefónicas, manejar los aparatos electrónicos a su alcance, poder telepático y así un largo etcétera.

Es decir, cine de acción de trama más o menos descerebrada, que está destinado simplemente a entretener. Ya saben.

Esa clase de película despreocupada que nos gusta ver de vez en cuando, con más preguntas lanzadas que respuestas dadas y de la que no debemos esperar un final coherente y claro al final.


Los estudios no la hacen para eso. Solo esperan de nosotros que disfrutemos de ella, sin pensar demasiado después. Que dejemos de un lado las incoherencias de la trama y nos centremos en todo lo demás.

Por lo que a mi entender, está bien, pues no pretende nada más. Nada que objetarle.

Otra cosa es que quiera pasar por cine de ciencia-ficción, cuando en realidad es pseudociencia. O sea, no ciencia. Se lo digo porque, a nuestro film, su director pretende hacerlo pasar por lo primero, basándose en una credulidad que, sabemos a ciencia cierta, es falsa desde hace ya un siglo.

No es cierto que sólo utilicemos el diez por ciento (10 %) del cerebro
La podemos leer en los posters anunciadores de la película: “Solo usamos el 10% de nuestro cerebro. Pero Lucy está a punto de alcanzar el 100%”. Y eso sí que no. Lo del diez por ciento cerebral es una leyenda, una credulidad que la ciencia, por activa y pasiva, lleva años desmintiendo.

Es falso de toda falsedad, que sólo utilicemos el diez por ciento (10 %) del cerebro.

Y se ha demostrado hasta la saciedad con las nuevas Técnicas de neuroimagen y los últimos conocimientos aportados por los campos de la Neurociencia, la Psicobiología y la Genética evolutiva, entre otras ciencias.

Pero oiga, como si nada. Lo que tampoco nos debe extrañar. Ya conocen la duda cognitiva del físico Albert Einstein (1879-1955), sobre la infinitud de la estupidez y del universo. De la segunda no estaba seguro.

El mito que nos trae hoy aquí, es otro ejemplo más de cómo algunas ideas, por muy erróneas que sean, gozan de gran longevidad y atractivo popular. Por muy absurda o inverosímil que parezcan, no por ello dejan de encontrar creyentes, seguidores, defensores y, por desgracia, aprovechados.

Se ve que es cierto aquello de que resulta mucho más fácil engañar a la gente, que convencerlos después de que han sido engañados.

CPH4: la droga azul
Por otro lado, Besson, juega con la existencia de una potente droga azul de última generación, a la que llama CPH4.

Es el nombre cinematográfico que se inventa para ella y que, siempre según él, corresponde al de una molécula real que genera el organismo de una mujer embarazada en el sexto mes de gestación.

Una proteína natural que, de nuevo en boca del director, si entrara en contacto con el feto, actuaría sobre él como una auténtica bomba nuclear orgánica ¿? Ya ven por dónde van los tiros explicativos de los espectaculares cambios de la protagonista de la película.

Al parecer todo esto lo ha dicho el director, sin llegar a revelar el verdadero nombre de la proteína, en una supuesta entrevista “apócrifa”. Para él, el sustento científico de la película (podría) estar en el enigmático origen natural del, para todos desconocido, CPH4.

¿Qué extraño, no les parece? Tengo para mí que algo huele a podrido en Dinamarca.

Sí. No tengo ninguna duda. Como ya le ocurriera a Paquirrín, no habrá más remedio que desmontar a Lucy.

Así soy yo, complicado y aturdido, dixit el primogénito de la Pantoja y hermano de Isabel II, devenido en DJ que ahora, dice que, también canta. Qué tropa.




2 comentarios :

Anónimo dijo...

Una buena crítica, para no haber visto siquiera la película. Espero con interés al segunda parte de de4smontando a Lucy

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.